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La caligrafía de la performance

Cuando se escribe, todo comienza con ese bullicio mental, que  en el choque de la palabra al papel, se convierte en una incipiente invitación para la imaginación y para responder preguntas mentales en las que uno  y muchos otros se encuentran sumidos. 

La escritura como una especie de improvisación absurda y desteñida, una improvisación con ritmos mezclados, la trama de una danza propia y tumultuosa, un sinfín de reflexiones aglomeradas entre las articulaciones. Escribir para sacudir el cuerpo, para soltar la carne aprisionada, para hacerlo por horas, sin comer, sin dormir, sin rumia mental, o mejor dicho, con ella abrazada.

Un cuerpo conmovido entre oraciones cruzadas en un lugar fecundo para crear, para indagar, para observar, para sembrar. Expansión y contracción al unísono con los latidos del corazón. Unas extremidades hiperlaxas recorriendo el espacio diáfano de la naturaleza dormida en un otoño indeciso y fuera de foco.

De vez en cuando las letras nos invitan a volver a esos lugares en los que todo estuvo bien. Volver al agua de aquel mar que estaba lo suficientemente cálido para un chapuzón. Volver a fundirse en el abrazo fuerte de un ser querido, volver a  observar como un espectador detallista, con los mismos ojos con los que miramos cuando estamos enamorados, volver a reír con los chistes de siempre, volver al disfrute de una charla con amigas donde la velada se termina con una catarsis cósmica. Volver a un viaje de placer o a esas frases marcadas en un libro que te cambió la perspectiva en un momento especial.

Quizás sea ahí el momento de plenitud donde todo se aquieta, donde todo tenga un sentido, donde la vida juegue su pasada, donde transcurra la felicidad. Ahí, justo ahí.

“Escribo con el cuerpo” decía en una línea llena de metáforas inconmensurables, Clarice Lispector en su novela “La hora de la estrella “. El gesto de lo innombrable, el poder de un cuerpo sin límites, el vaivén de la carne en pleno despliegue.

La reverberación de las células que chocan unas con otras mientras cambiamos de posición para escribir. Soltar un vómito de letras sobre la hoja en blanco. “Quiero escribir relatos que sean reales, que huelan a texto maduro y sabroso. Quiero habitar espacios incómodos para recordar lo bien que siente la quietud del alma en ese instante imperfecto”.

Naiara Verdun

Bailarina que escribe. Argentina, pero viajera empedernida.

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