fbpx

San Valentín: Sin término medio

No existe una manera de ser parcialmente libre. Del mismo modo que uno no puede estar «medio enamorado». No he escuchado jamás expresión más cobarde. He estado a punto de escribir «tibia», pero no, tibia puede ser el agua con la que llenas la bañera, la nube de leche que acompaña el té o el seno de la madre buscado por la boca del recién nacido. El amor, como la libertad, no habita en el término medio. Y me atrevería a decir que el sexo tampoco. 

Quizá por eso las encuestas, esas mentirosas internacionales, para analizar nuestra vida sexoafectiva, se empeñan en separar radicalmente a la población en solteros o casados. Recalcan la escisión y encuentran así patrones de deseo (o de falta de él) que refuercen la creencia de que es el contexto del matrimonio lo que determina las cualidades y calidad de nuestra intimidad. Necesitan etiquetarnos, ubicarnos en uno u otro equipo, como si el encuentro íntimo fuese una pachanga de domingo.

Y, si bien es cierto que los tres términos (sexo, amor y libertad) están definidos con precisión por la RAE, el abanico de posibilidades reales que brinda cada uno, por separado o combinados, lo forman, no lo que digan los académicos, sino única y exclusivamente el trato que hagan los participantes. El deseo nace en la distancia pero crece en el acuerdo. Firmado o no, anillo mediante o no, celebrado públicamente o no. La evolución está en el acuerdo.

Los franceses hablan de celibataire para referirse a la soltería. Y es que, inicialmente, o al menos desde el S.XIX, momento en que pasión y matrimonio empezaron a caminar de la mano, lo que aseguraba tener relaciones sexuales era una pareja oficialmente estable. La soltería suponía, teóricamente, una vida casta y pura. 

A día de hoy, ser una persona soltera ya no se asocia al celibato sino a todo lo contrario. Es más, muchas personas casadas confiesan haber perdido el deseo hacia sus parejas con los años. Pero, sin embargo, las dichosas encuestas aseguran que dentro del matrimonio se vive más y más feliz. Y es que la soltería se asocia a la libertad, sí, pero también al riesgo, a la incertidumbre y al abandono. No sé cuánto hay de creencia heredada y cuánto de verdad, pero el hecho de estar en pareja, a pesar de los sempiternos chistes (mayoritariamente hechos por los hombres) de aburrimiento, cautiverio y celos, para muchas personas conlleva una relativa paz.

Preguntando a distintos grupos de mujeres de entre treinta y cincuenta años, descubro que muchas casadas consideran que la vida sexual de sus amigas solteras parece «más estimulante, divertida y libre», mientras que las solteras consideran que el sexo con desconocidos suele ser «mejor en la expectativa que en la práctica», que iniciar cualquier aventura les supone un riesgo que con frecuencia «no compensa» y que el onanismo probablemente sea «su relación más satisfactoria, estable y, sin duda, higiénica».

Afirma el autor Anthony Robbins que, en una pareja, la pasión es proporcional al nivel de incertidumbre que se puede tolerar. La cuestión quizá sea no dar nunca por hecho al otro, haya o no haya matrimonio. Mirar, como dice Proust, con nuevos ojos y no en busca de nuevos paisajes. Porque la clave de una vida sexual plena no creo yo que radique en matrimonio sí matrimonio no, sino en vernos, elegirnos y descubrirnos. La única diferencia entre casados y solteros es que, en una pareja estable, esto debe practicarse todos los días con la misma persona. Consciencia, ganas y dedicación; sí, construir una pareja implica trabajo.

Cada 14 de febrero asistimos al tapizado en rojo de todos los escaparates de la ciudad y, la mayoría, tildamos la fecha de artimaña comercial mientras, por lo bajini, cotejamos si para nuestra pareja es una fecha relevante, no vaya a ser que perdamos al amor de nuestra vida por esta tontería. Pero lo cierto es que el santo de los enamorados no es un invento de los grandes almacenes. Valentín fue un sacerdote romano que en el S.III se rebeló contra el emperador Claudio II, quien decidió prohibir la celebración del matrimonio para los jóvenes, convencido de que los hombres sin esposa e hijos, libres de ataduras, eran mejores soldados. El sacerdote, considerando injusto el decreto, decidió seguir celebrando de forma clandestina los matrimonios de aquellos que querían ir a la guerra con la tranquilidad de que su amor tenía la bendición de Dios.

Así que sí, el capitalismo ha convertido los 14 de febrero en un pequeño circo, pero si podemos obviar el ruido, quizá escuchemos la celebración de ese rebelde que dio prioridad al amor por encima la guerra. Y, lejos de repetir como un loro que hay una fecha que señala y demoniza la soltería y nos hace comprar regalos para suplir la falta de detalles los 364 días del año restantes, propongo utilizar este recordatorio anual para abrir un poco mejor los ojos. Mirar con la curiosidad de la primera vez, al otro, a mí misma, a mí mismo. Volver a sentir mi individualidad y, con ella, la distancia que me separa de esa persona que, hoy y desde aquí, viéndola de nuevo, puedo confirmar que me gusta. Y que me gusto también mucho más yo cuando la miro. Puedo incluso probar a ceder mi seguridad y contemplar la posibilidad de que no esté ahí para siempre. A ver si así, con estos nuevos ojos de hoy, encuentro mil nuevas maneras de conquistarla otra vez.

Cayetana Cabezas

Actriz gallega, escritora, arquitecta y mucho más.

Comentarios

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.

Responsable de los datos: Square Green Capital
Finalidad: Gestión de comentarios
Legitimación: Tu consentimiento expreso
Destinatario: servidores de Siteground
Derechos: Tienes derecho al acceso, rectificación, supresión, limitación, portabilidad y olvido de sus datos.