Soy fiel defensora del poder de la palabra. Y digo ‘poder’ atendiendo a su significado que designa la capacidad o la potestad para hacer algo. La palabra proviene del latín potēre, y este a su vez de posse, que significa ‘ser capaz’.
Si la palabra es capaz de transmitir pensamientos, emociones, es al fin un vehículo exquisito que une nuestro mundo interno, con el externo, ¿porqué motivo la descuidamos tanto a la hora de hablarnos a nosotres mismes?
Llevo un tiempo sorprendiéndome con la soltura que manejo para conversar conmigo misma. De la escasa bondad, ternura y flexibilidad a la hora de dialogarme sobre un error, un hecho, o algo que sencillamente no termina de ser de mi agrado.
No es gratuito el título de este artículo, pues es necesario ser guardianes de nuestra comunicación. Aprendernos en amor, cuidarnos, tal como cuidamos de las personas que queremos siendo implacables con la palabra. Ser nuestros mejores aliados, empieza por la manera en que nos hablamos, en como gestionamos nuestras virtudes, pero sobre todo, como nos hablamos en la zona más oscura de nuestra psique.
Aprender a querenos y a permitirnos la duda, el fracaso y el cogerlo cariño a la piedra con la que nos tropezamos a menudo, no solo nos hace ser más agradables con el mundo en general y con nosotres en particular, nos da la alternativa de contarnos la historia desde otra perspectiva, porque créeme, siempre la hay.
Y querenos, bien, siempre es la mejor de las alternativas. Solo es cuestión de aprender a redirigir la capacidad, para hablarnos siempre desde un lugar auto cuido y auto amor.