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Enviar un meme por error, ¡qué cagada!

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¿Cuánto daño crees que un meme puede hacerte? Una pequeña imagen a veces tan insignificante tiene tanto poder como el contenido que posee, y así puede ser su nivel de influencia e impacto.

“Compartes algún meme, convencida que al hacerlo aprovechas el servicio sanador de ese mensaje para expresar lo que a veces no logras elaborar con tus propias palabras”

En este caso en particular, el meme o la situación que me tiene escribiendo este artículo era, siendo honesta y bastante neutral, uno de tantos que comparten esas cuentas que tratan de darte flashazos de profunda filosofía, escondidos en comentarios irónicos/cómicos con la correspondiente y apropiada fotografía de fondo. Pues resulta que la leyenda dice: una noche como cualquiera mientras estas de zapping por las redes sociales, y como siempre, compartes algún meme con tu mejor amiga sobre las debilidades de tu vida, convencida que al hacerlo aprovechas el servicio sanador de ese mensaje para expresar lo que a veces no logras elaborar con tus propias palabras tan elocuente y agradablemente.

La leyenda continúa su historia con lo que supone ya una rutina, algunos memes después, decides dejar el celular y concentrarte en la serie de Netflix, para posteriormente acostarte a dormir.

Despiertas al día siguiente con el agradable sonido de los pájaros y los inconfundibles pitos, gritos, sirenas y demás señales, que te recuerdan que vives en una ciudad, cerca de una vía de alto tráfico y muy malos conductores.

Como el confiable celular está siempre en la mano, verificas qué ha pasado en esa dimensión digital que cubre los huecos de tu vida real, y notas que un mensaje que esperabas no llego, comienzas a surfear dentro de las acciones rutinaria desarrolladas en la noche anterior. Para así, descubrir con un terror paralizante que ese meme de contenido honestamente neutral, como por juego de un destino digital caprichoso y con pésimo sentido del humor, ha caído en las manos no de tu amiga, ni un desconocido o amigo cualquiera, cosa que hubieras preferido mil veces, si no a la cuenta de la persona sobre la cual estabas hablando.

De momento tus ojos, tu mente, cree que es un juego de mala visión y doble check, sales de la app, la cierras, la abres y mmm…. nope. El mensaje sigue ahí donde no debería estar, la risa nerviosa no se hace esperar y la inmovilidad de tu estomago inicia, hasta que tu mente solo repite “¡qué cagada!”, intentas seguir tu rutina, pero entre la risa, la vergüenza y el “¿ahora qué hago?” no logras ser muy eficiente.

Debates internamente entre el mejor curso de acción a tomar y como no siempre decides ir por el camino fácil, mandas un testamento poniendo así tu yugular expuesta para ser arrancada, en el que expresas lo obvio y dejas todas tus cartas en la mesa. Te resignas a que lo que pase después solo pueden ser una de dos cosas, o que el silencio de los grillos en ese chat sea tan ensordecedor que te olvides que alguna vez hubo una conversación o que se dé todo lo contrarios y veas que las cosas son como te gustaría y seguir adelante con una muy buena anécdota para contar a tus nietos.

“A veces te toca exponerte de una manera, en este caso algo obligada, pero ser real nunca puede llegar a ser algo subvalorado”

Me parece que el trasfondo de esta historia es mucho más profundo que el hecho de mandar un meme a una cuenta equivocada, habla sobre relaciones, sobre el baile enigmático que hay que iniciar con algunas personas para no dejar mostrar abiertamente lo que se piensa y se siente, y en lo liberador que sería poder solo decir las cosas sin tener que armar estrategias más completas que las que hicieron que los Estados Unidos ganaran la Batalla de Midway.

Una puede soñar, ese derecho nadie te lo quita, y en este momento sería agradable soñar que ese mensaje no se hubiera mandado, o que ya hubieran respondido al manifiesto explicativo posterior, pero ni modo, ahora solo toca entender entre las grietas, porque no todos son locos desquiciados que no tienen miedo de hablar y decir lo que sienten, que lamentan las cosas que no pueden ser, pero que a la final están cansados del constante juego mental que se requiere en las relaciones humanas. A veces te toca exponerte de una manera, en este caso algo obligada, pero ser real nunca puede llegar a ser algo subvalorado.

“El peso de “¡qué cagada!” tiene efectos secundarios”

Lo que ahora queda claro es que es necesario ser más cuidadosos, dejar el multitasking de lado, aplicar la doble verificación, el peso de “¡qué cagada!” tiene efectos secundarios.

Erika Jensen

Productora y presentadora de TV con ganas de comerse el mundo.

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