La dosis de realidad que aporta el instante previo a que me realicen un TAC para controlar si todo va bien en mi proceso, no tiene comparación con cualquier otra situación. Ese momento hace que se puedan ordenar según su importancia todas mis vivencias y problemas. Dentro de estos días de rutina, pensamientos, prisas y otras tareas no había podido pararme a pensar y poner mis ideas en orden.
Quizá el momento de espera para ver si todo anda bien, si estoy sana es como un cubo de agua fría que me despierta instantáneamente y me devuelve a la realidad. Una vez pasados los nervios, el pánico y la incertidumbre, algo que ya tengo más que trabajado, me tumbo en esa camilla esperando a que me pongan una vía para introducir el contraste y mientras espero planifico cómo voy a distraerme durante esos quince minutos en los que tengo que estar quieta, solo esperando. Unas veces toca soñar con todo lo que me gustaría hacer, otras en las que estoy más nerviosa, pienso en cuánto me queda para terminar de tejer una manta, qué colores pondré cómo la haré. Esto, que parece una tontería, son mis estrategias de afrontamiento y me ayudan a controlar mis emociones.
Pensar en tejer mientras estoy en la cuerda floja parece absurdo pero a mí me ayuda. Ayer simplemente me relajé y decidí con bastante determinación ordenar mi mente, pensar en cómo solucionar algún que otro tema que me preocupa y que no he podido arreglar hasta ahora. Mientras subía los brazos y me colocaba en la posición indicada para empezar la prueba, y bajo el ruido constante que se emite mientras esta se hace, decidí poner en orden mis pensamientos. De repente me di cuenta que lo que de verdad ayuda a aclararlo todo es situarse en la zona más alta de mi pirámide de prioridades para ver con perspectiva y con determinación que lo más importante es mi salud porque sin eso no hay nada, ni siquiera problemas.