Allá por marzo, cuando toda esta película distópica comenzaba, me pregunté, adelantándome bastante en el futuro, qué ocurriría con aquellos estadios ineludibles que enmarcan nuestro concepto de educación: el de las pruebas objetivas. ¿Qué pasaría con la EBAU? Si seguimos confinados, ¿qué ocurrirá con todos los cuerpos convocados a opositar? Si no podemos compartir espacio con otras personas, ¿habrá exámenes?
“Me da miedo, somos muchos en la clase”
A medida que las semanas pasaban e iba realizando tutorías con mi alumnado -adultos de entre 16 y… todos los años- otra pregunta me asedió durante días: ¿estamos preparados psicológicamente para afrontar un examen de 4 a 6 horas en un espacio cerrado con decenas de personas?
La desescalada se hacía realidad y me llegaban mensajes por privado. “Gemma, soy factor de riesgo, ¿puedo ir o cómo lo hago?”, “Ya sabes, cuido de mi padre en casa, y los niños. Siento no poder ir”. “Me da miedo, somos muchos en la clase”.
Su calendario, como el mío, decía que era mayo, pero vivíamos en septiembre. Escribo esto un 26 de agosto y nada ha cambiado. Ellos y ellas aún son pacientes factor de riesgo, siguen teniendo que cuidar de sus familiares dependientes, siguen teniendo hijos e hijas. Y siguen teniendo que acudir a exámenes: nadie les ha ofrecido una alternativa. Aunque hay algo que sí ha cambiado. Que muchos no acudirán por miedo y por responsabilidad -pues en el estado de no seguridad que se oferta la vuelta a las aulas, qué esperábamos-. Muchos acudirán y estarán más pendientes de no tocarse la cara, no tocar el mobiliario, del calor y la mascarilla, etc, que de responder adecuadamente. También habré cambiado yo, que no sabré bien cómo mostrarles apoyo y cariño en un momento así con una FPP2, además de una mascarilla de tela tapándome media cara y a dos metros de distancia.
“Los entornos deben cambiar, la educación debe adaptarse y nosotros girar a la velocidad a la que el mundo nos está moviendo”
Qué error tan grande cometemos, pienso, al no aceptar que el mundo ha cambiado y está en proceso de cambios mayores. Estamos evitando, como adolescentes envalentonados, mirar el problema a la cara y actuar. Estamos haciendo como que todo sigue igual, cegados por el falso positivismo de que saldremos de esta. Y sí, saldremos, pero ¿mientras?, y ¿después? Nostálgicos ante la platónica idea de una vuelta a lo que éramos.
No obstante, es inevitable. No somos los mismos ni las circunstancian lo permiten. Los entornos deben cambiar, la educación debe adaptarse y nosotros girar a la velocidad a la que el mundo nos está moviendo – no podemos pararlo con un dedo.