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El duelo y la muerte

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“Carlitos” es un cuento que escribí hace más de seis años, contaba la historia de alguien que se sentía invisible, y que quería sentirse importante y para que la gente lo reconociera por única vez, se quitó la vida en un estadio lleno de hinchas que vieron atónitos el suceso.

“Si me caso el muerto es mío” es otro relato, donde cuento la historia de una joven pareja que se enamoró al poco tiempo de conocerse. Él falleció, pero antes se casaron, como última voluntad, él pidió ser cremado, acto que no se cumplió porque la familia no reconocía como esposa a su amor de verano. Le hicieron un funeral católico tradicional. Pero ella no se quedó con los brazos cruzados y fue a desenterrarlo para cremarlo y hacer su última voluntad.

He escrito cuentos cortos describiendo diferentes formas de morir, he escrito mucho sobre la muerte, sobre el duelo y la esencia misma del dolor de la pérdida. Ahora estoy escribiendo una novela corta acerca de aquello. 

El duelo y la muerte

Pero ahora escribiré algo que, por sí, tiene implícita las dos, pero escribiré como espectadora. Como los que miran un partido, como los que miran su serie favorita. Como si estuvieras mirando como se va el amor de tu vida.

Si hablamos de coincidencia podemos decir como definición que es la “Causa o fuerza a la que supuestamente se deben los hechos y circunstancias imprevistos, especialmente la coincidencia de dos sucesos.”

La casualidad que voy a escribir no es tanta, pero fue una linda casualidad. Hace un año que no veía a un amigo por razones de esta pandemia. Hace unos días supe que estaba pasando su duelo por la pérdida de su novia. Yo había pensado en él y su situación. Intentaba recordar desde adentro el dolor que se siente perder a alguien, recordar el huequito que aquella persona al irse, nos deja en el pecho.

Hoy de casualidad me encontré con él. Yo viajaba a Manta, ciudad donde trabajo y pedí un taxi con el servicio de puerta a puerta que llevan a tres pasajeros. Una de las tres personas de ese taxi, de las 206.682 habitantes de la ciudad donde resido, fue a mi amigo. Cuando me subí, él estaba al frente con gafas y mascarilla, lo vi y lo reconocí. Mi cara fue de asombro creo, porque se sacó por unos segundos la mascarilla y confirmé que era él, solo me extendió su mano y la sostuve por más de 15 minutos. Fue como si nuestras manos hablaran. Apretamos con fuerzas nuestras manos tratando de decirnos sin palabras, mis condolencias y abrazos, él su profundo agradecimiento. Sobaba su antebrazo y sentía como su mano correspondía a mi caricia. Después de unos minutos dijo “justo a tiempo” yo lo repetí también, y por una extraña razón la tercera persona que no conocíamos susurró lo mismo. No creo que supiera nada, asumo que nuestro lenguaje corporal explicaba mucho.

Perder a alguien en cualquier sentido es doloroso. Pensar que no volverás a ver su rostro nunca más, deja un enorme vacío. 

Hace poco terminé de releer un libro de Rosa Montero titulado “La ridícula idea de no volver a verte” el libro habla sobre la pérdida, sobre el proceso de duelo, pero a través de los diarios de Marie Curie, quien perdió a su esposo. La autora lo escribió “motivada” (no sé si esa palabra es adecuada) porque ella perdió a su esposo también, pero en el libro no habla mucho sobre él, pero sí, sobre todo, del dolor de continuar. 

Mi amigo y yo hablamos de otros temas, pensé que sería buena idea por lo menos olvidar por unos segundos lo que le sucedía. Hablamos del medio ambiente, de las instituciones del estado, y qué hacer documentales, es una forma de encontrarse.

En el camino me envió un mensaje que decía “Acabas de contenerme. Sentía que ya no podía más” yo respondí: “Sí, sostener tu mano ayuda de algo, me alegra tanto”. 

Hace un año estuve en el velorio de la hermana de una muy buena amiga. Ese momento muy íntimo y triste, pude verla en una faceta tan nostálgica y a la vez conmovedora, que de alguna forma “agradezco” (no sé tampoco si funciona esta palabra) por permitirme compartir aquellos momentos con ella. 

La muerte duele y en ocasiones une

Hay un momento donde uno se olvida que está en un velorio, es como un bucle, donde no existe ese presente. Nos envuelven historias del pasado, se habla de otra cosa menos del difunto, es como un limbo que nos permite parar, para que el dolor descanse.

Cuando llegó a su destino, me bajé del carro y le di un abrazo, le dije que, si quiere salir en algún momento que no dude en decirme, y por supuesto, si quiere hablar “tonterías” también.

Sostener la mano es un acto tan simple e íntimo que nos brinda ese contacto directo y nos permite enviar todo el cariño directo al corazón.

Sostener la mano de tu amigo herido, ayuda a contener esas inmensas ganas de mandar todo a la mismísima mierda. 

Sostener la mano nos aguanta un poco, nos hace resistir para continuar, porque es lo que se debe. Porque es lo que tenemos al alcance de nuestras manos.

Patricia Tamayo

Ficciona historias reales, cree que a veces es necesario para que la verdad salga a la luz.

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