De repente la felicidad material deja de ser núcleo para esconderse en un segundo plano más lejano, menos importante.
De repente la vida te enseña que existen ángeles humanos que intuitivamente esperan al borde del abismo para salvarte la vida. Literalmente. Ángeles que no te dejan caer. Sin juzgarte ni menospreciarte, sino enfocándose en sacar a flote la valentía subyacente que hay en ti.
De repente aceptas que no todo el mundo quiere o puede evolucionar a tu ritmo y entonces aprendes a respetar las limitaciones de otros sin juicios ni cátedras. Comprendiendo que el tiempo va por libre y que cada individuo lo hace lo mejor que puede en el momento donde se encuentra.
De repente entiendes que no puedes ganarlas todas y cuando no te quieren tienes la obligación de marcharte. Sin falsas expectativas y sin esperar que la situación cambie por cabezonería propia del ego. Porque cuando no te quieren no hay nada que hacer al respecto. Generalmente no tiene que ver sólo contigo sino con los fantasmas del otro.
De repente eres capaz de despojarte de las conductas aprendidas que te implantaron como chips caninos. En algún momento introspectivo, los encuentras en lo más profundo de tu pasado, los arrancas de raíz y empiezas a ser feliz… a ratos.
De repente te das cuenta que tiene más sentido vivir despacio en un mundo colérico infectado de prisas. Aprendes a optimizar el tiempo y como consecuencia te conviertes en una profesional más productiva y en un ser humano más presente.
De repente comprendes que ignorar los errores del pasado es un despropósito garrafal porque si no los enfrentas no avanzas. Debes encararlos con agallas una sola vez con el propósito de encontrar la capacidad de enterrarlos para siempre.
De repente vislumbras que al igual que respetas ideologías diferentes aunque no las compartas ni comprendas, alcanzas una edad donde no sientes temor a expresar tu postura de forma pacífica, sin imposiciones ni descalificaciones. Sin violencia física ni incontinencia verbal. No existe persona más ignorante que aquella que sienta cátedra desde la vulgaridad. Todo aquel que despotrica a coces, siempre pierde la razón.
De repente te sientes libre expresando el color al que perteneces porque lo has escogido bajo un criterio centrado, leído, pensado y meditado en profundidad. Sin repetir, retuitear o repostear palabrerías enlatadas desde una postura ignorante, replicando como loros conceptos sin contrastar.
Pero todo esto no ocurre únicamente mientras vas cumpliendo años en el calendario de la vida. En realidad no tiene nada que ver con eso. Ocurre cuando cumples con otro asunto muy diferente. Cuando cumples con la humildad de sumergirte responsablemente en una profunda reflexión aprendiendo a distinguir dónde te has equivocado tú y dónde se han equivocado los demás.
Libertad es calma, es respeto. Libertad es paz. Libertad, causalmente lleva por delante un artículo femenino. Y así, de repente, sin darte cuenta, te sientes libre por primera vez en cuatro décadas y eres feliz… a ratos.