No te culpo por tenerme rabia.
Te solté la mano, y eso duele.
Te culpo por no querer entender que soltártela no fue solo decisión mía.
Tú elegiste dejar de lado los abrazos, quererme a medias, no demostrarme que sí, pero sí de verdad, porque quizás algún día no estaría.
Y con eso, un escenario apocalíptico que ni siquiera existía empezó a cobrar vida.
Sin darte cuenta, como en esas profecías autocumplidas, aceleraste el escenario que más temías.
Empujaste nuestro sino al no rotundo, me diste por hecho, y regaste nuestra despedida.