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Crónica de un padre que rechaza a su hija

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Nunca pudimos encontramos. Ni antes ni ahora. Con el matiz de que es el padre quien tienen el compromiso y la responsabilidad de encontrarse con su hija en algún punto. 

Yo no estaba dentro de tus planes. Me ha costado años aceptarlo, pero finalmente lo he asumido. Esto no es una hoja de reclamación. Es una realidad que sólo logré entender a medias cuando supe que en ese momento tenías 34 años sin ánimo de responsabilidades emocionales. 

Estabas en otro espectro disfrutando de las bondades de un país y una familia asentada, próspera, reconocida, importante. Exactamente la misma oportunidad que me brindaste en los 90, por la que siempre te estaré agradecida. 

A finales de los 70 no era el momento para compromisos ni obligaciones impuestas. Formabas parte del núcleo social más importante de La Sucursal del Cielo y no fuiste consciente de que la vida es rebelde, va por libre y a veces te sorprende para bien o para mal. Sin lugar a dudas en aquella ocasión te puso a prueba y solo tú sabes si llegaste a superarla con éxito.

Sin preámbulos, de repente una inmigrante se cruzó en tu camino. Una mujer maravillosa que le tocó ser niña en la post-guerra asumiendo esa imposición histórica como su mejor máster de vida. 

Mostraste interés por ella, pero no el suficiente como merecía una persona tan sólida. Distinguida por sus pulcros principios y valores, su entrega al trabajo, su integridad, inteligencia y bagaje cultural. Ella es mi referente como mujer y por eso también te estoy agradecida, por encima de haberme enterado 25 años más tarde que aterricé en este mundo a modo de accidente, sin planificación, ilusión ni ganas por tu parte. Fui un estorbo para ti y lo sigo siendo. 

“Ha llegado el momento de rendirme con dignidad”

Mi mamá me esculpió lo mejor que pudo haciendo un gran trabajo, incluso por encima de que pienses lo contrario como lo has verbalizado en varias ocasiones descalificándonos a ambas en todo momento sin maldad ni acritud sino como incontinencia verbal… preferiría creer.

Y ahora tú y yo; padre e hija: Quizás ambos lo hemos intentado. Quizás uno más que el otro. Probablemente los dos hemos sufrido, cada uno en su escala. Por mi parte, el dolor emocional se remonta a los 19 años, dedicando gran parte de mi vida a intentar cumplir con tus expectativas para que me aceptaras y te sintieras orgulloso de mí. Nunca ocurrió. Fue mi sueño durante mucho tiempo. Como consecuencia, después de haberlo dado todo, ha llegado el momento de rendirme con dignidad.

Tu mirada no transmite cariño ni admiración por tu única hija. Al contrario, tus retinas reflejan decepción y rechazo. Lo cual pesa, duele y desgarra, sobre todo cuando he pasado por momentos extremos en los que nunca estuviste presente y aun así jamás he dejado de salir a la calle trabajando y forjándome un nombre respetable a través de un trabajo duro, bonito pero a veces ingrato que debo compatibilizar ocupándome de mi casa y el bienestar de mi hijo. A colación, tanto él como yo siempre estaremos infinitamente agradecidos por tu esfuerzo e inversión en su educación. Ojalá no te decepcione. Nunca se sabe. Porque en definitiva no dependerá de lo que tu nieto quiera hacer en la vida sino de lo que tú esperas de él.

Hubo un espacio donde todo lo que hacía giraba en torno a tus expectativas. Tú no me lo exigías pero yo quería hacerte feliz. No pudo ser. Desde tu punto de vista fui un fracaso. Para mí, sin embargo, todo esto ha sido un rosario de lecciones porque soy partidaria de que morimos aprendiendo. Nadie es dueño de la verdad. La vida es un eterno aprendizaje.

Lo más doloroso para una hija es la injusta decepción de un padre. Tu opinión es válida y respetable. Acato que pienses que nunca di la talla en nada. Esa es tu visión sobre mí. Es intransferiblemente tuya aunque no coincida con la de otros y mucho menos con la mía, que vivo al día trabajando a muerte, no solo laboralmente sino en términos introspectivos.

La indiferencia, la frialdad, el tono de voz arrogantemente ensordecedor, la desaprobación, la negación a coincidir en cualquier comentario colocando los errores, las equivocaciones y las malas decisiones por encima de cualquier virtud. Son demasiadas desaprobaciones expuestas de manera hiriente que han ido clavándose como dardos en mi malograda autoestima. Prefiero pensar que no eres consciente de ello porque cualquier ser humano con un mínimo de sangre en las venas cambiaria sus formas.

Siempre quise ahogar mis preocupaciones en tu regazo, me hubiese encantado haber podido ser tu cómplice comunicándote mis inquietudes y alegrías sin que fuesen descalificadas a través de gritos e incredulidades con matices y sonrisas burlonas. Se trataba de una fantasía, y más ahora que he decidido rendirme. 

Habiendo sido mi primer referente masculino, tu semblante encorazado que impide cualquier acercamiento físico y verbal me ha pasado facturas muy altas durante los últimos años. Habría que recordar que no soy tu pareja. Yo no te escogí. Por eso el dolor que generan tus acciones es tan profundo. 

La constante desaprobación sobre mis opiniones, conceptos y decisiones me han colmado de una desolada sensación de abandono y desamparo. Nunca puedo acudir a ti emocionalmente porque “todo lo hago mal”. Cuando no es cierto, sencillamente no lo hago a tu manera, que para ti es la única que consta de validez. Y de esa forma unilateral el diálogo es imposible, inalcanzable. 

Quizás en el único punto donde coincidimos es en reconocer la importancia del dinero. Teniendo en cuenta que no cubre las carencias afectivas que fueron necrosando la autoestima de una adolescente que llegó a la madurez adulta arrastrando un carruaje de inseguridad, dolor y tristeza.

No nos hablamos porque el diálogo es inexistente cuando una de las partes se considera el dueño absoluto de la verdad. Yo siempre estoy equivocada y tú siempre tienes la razón. No nos tocamos ni nos sentimos. El contacto físico se reduce a un par de besos rápidos por cortesía y aunque ya lo he asumido, no puedo negar que me produce tristeza.

Tú no preguntas y yo no expongo porque cualquier cosa que diga será descalificada y mi corazón ya no puede cargar más con esta sensación de abandono, de no dar la talla, que lamentablemente se refleja en mis relaciones sociales provocándome serios problemas de autoestima. 

Insisto, esto no es una hoja de reclamación. Es una carta destinada a mí. Desconozco si algún día llegará a tus manos. Espero que no. Creo que no conseguirías empatizar ni con un solo párrafo.

Esta carta está escrita con heridas cicatrizadas  en el alma. Heridas débilmente cerradas cuyas costuras siempre estarán presentes para recordarme que nunca me amaste. Es una carta que espero sirva como expiación, un regalo personal para poder seguir adelante sintiéndome extrañamente huérfana.

Marie-Claire

CEO de su empresa y de su vida. Apasionada de la lectura y la escritura.

2 Comentarios
  1. Si la vida nos hizo encontrarnos es porque yo pude haber escrito alguno de esos párrafos.

    Puede que algún día cuando él no esté te enteres de que estaba muy orgulloso de ti. Es una paradoja que tristemente se repite.

    No les enseñaron a querer. No es nuestra culpa, aunque si expiamos sus pecados.

    Perdonar es un acto de generosidad, y el perdón nos hace libres.

    Olvidar, es otra historia.

    Con amor, Ara.

  2. Hola Marie se exactamente como te sientes, yo también soy extrañamente huérfana. Pero leí y te agradezco por hablar sobre esto. Mis cicatrices están ahí recordándome q no fui una hija deseada pero le doy gracias a Dios q pude refugiarme en las faldas de mi Padre Celestial q está en los cielos. Ahí es donde lloro y rio. Ahí es donde miro y hago preguntas pero entendí q el problema es el hombre no yo! Así q decidí seguir caminando huérfana de un padre terrenal. Y doy gracias a Dios q estoy de pies aunque aveces toco las cicatrices sin querer, bajo la mirada y viene el dolor pero luego recuerdo q tan lejos e llegado aún siendo huérfana y eso me impulsa a seguir. Gracias por este escrito! Me tocó mucho! Un abrazo fuerte!

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