Cuando uno busca autocuidado en Internet, ¿qué encuentra? Encuentras artículos, revistas, tips, las mejores claves para o hacer ejercicio. Si profundizas un poco más empiezas a encontrar la palabra “autoestima” y la práctica de actividades como el yoga. Y yo encantada de que se propague, vaya. Pero creo que hay un problema de base. No hemos sido educados para el autocuidado en absoluto. Hemos sido educados para el éxito y el placer. Es decir, responsabilidades y desconexión, trabajo y ocio, estudio y amigos, de-lunes-a-viernes y fines de semana (en el mejor de los casos, hay personas que no conocen un sábado desde hace años).
Según la Pirámide de Maslow, nuestras necesidades básicas desde la base a la cúspide son las siguientes: fisiológicas, seguridad, afiliación, reconocimiento y autorrealización. Según otras clasificaciones podemos hablar de cuidados diferentes del cuerpo, de la mente y de nuestra parte más espiritual. Y así en innumerables disciplinas, religiones, teorías y modelos. Queridas, está todo inventado ya.
“¿Qué es lo que más bienestar te aportaría dentro de tus posibilidades?”
Para mí, autocuidado es abrazarme, andar descalza sobre arena templada, es un paseo por la naturaleza que acabe en buenas vistas, es bailar, hacerme fuerte físicamente, comprarme un boli y estrenarlo nerviosa. Exfoliarme las piernas después de meses. Es un desayuno consciente, en silencio y mirando por la ventana. Unas gotas de aceite esencial de lavanda en las sábanas antes de dormir. Una meditación brutal que me lleve a la parra máxima. Es no forzar amistades que me aportan más de menos que de más. Es intentar ser cada día más asertiva y saber decir “no”. Es proponerme retos nuevos y desapegarme de lo que frena mi progreso.
Para un momento. ¿Qué necesitas justo ahora? Hoy, ahora, ¿qué es lo que más bienestar te aportaría dentro de tus posibilidades? Puede ser sólo respirar, una llamada, ver los directos de Ana Milán, hacer ejercicio, ver series, leer, comer algo rico, un abrazo… este ejercicio no es nada sencillo. Escucharse no es fácil en absoluto. Cuando uno se escucha no hay escapatoria, te encuentras de cara con todas tus mierdas, carencias, miedos y fantasmas.
“Usa contigo mismo lo que quieras y te sirva”
Más allá de las necesidades más básicas de supervivencia, creo que la verdadera base del autocuidado es una buena regulación emocional. Es entender qué estas sintiendo, qué necesitas y cómo puedes dártelo. Ojo. Es pura práctica. Estas cosas uno las aprende toda la vida, pero sólo aprendes a hacerlo con calidad cuando has bajado y subido del fango, bajado y rebozado, subido y cogido aire, varias veces seguidas y nada te funciona. Es ahí, exactamente ahí, cuando por cansancio, resignación o desesperación, te escuchas. A veces con ayuda profesional, a veces no.
El cuerpo y la mente nos están mandando señales continuamente, de lo que queremos, de lo que hacemos pero no queremos hacer, de lo que decimos pero no pensamos, de lo que tenemos que o debemos hacer, de nuestros miedos, de lo que esperan de nosotros. La mayoría de esos pensamientos son inercia pura, fruto de creencias falsas instauradas desde fuera hacia adentro, bien dentro, en nuestro cerebro. Y todo vuelve a ser lo mismo: encajar en la sociedad, en la familia, evitar el dolor a nosotros o al resto, sentirnos aceptados o huir de los miedos. Desde las enseñanzas del Tao, la energía chi, la kundalini, el espíritu santo, el karma, el superyó, una piedra, tu abuela, una canción, unos tiros a canasta. Qué más da. Usa contigo mismo lo que quieras y te sirva.
“Autocuidado es flexibilidad. Es escucha. Es paciencia”
Después de escucharte y ser consciente de lo que sientes y necesitas, hay que aceptarlo. Ahí vienen las risas. El ser humano tiende a la salud y ante emociones de dolor, tristeza o enfado preferimos negar o evitar. ¿Por qué? Porque es incómodo. Es una verdadera mierda. Pero cuando te sale regular unas cuantas veces seguidas y comes más mierda y más fango por usar esas estrategias, pues igual va a ser mejor hacer lo incómodo: escucharse, parar y cuidarse.
Es incómodo porque nos falta práctica y porque esas emociones están demonizadas aunque de por sí, sean desagradables. Pero, biológicamente hablando, ¿seguirían existiendo en cada nuevo bebé que nace, si no las necesitásemos?
Obviamente, no. Pachamama sabe, Pachamama manda.
Autocuidado es también flexibilidad. Porque lo que hoy necesitas no es lo que te servía ayer. La manera de cuidarte no es la misma que usabas hace años. Y tampoco vas a darte amor de la misma forma en que lo harás dentro de 10 años. Por eso conlleva aprender y probar. Es algo muy personal.
Sin embargo, existen algunas directrices, incómodas también, pero muy adaptativas: la paciencia, el respeto contigo e intentar no compararte. Cuando algo no funciona en tu autocuidado, no pienses en cómo lo hacen los demás. Tú eres tú. No puedes ser otra persona y nunca lo vas a ser. Nunca vas a ser nadie más que tú, así que cuanto antes empieces a atender a lo que tienes delante, menos tiempo habrás perdido pensando en lo de fuera. No te dejes llevar por pautas generales. En esos momentos de fango, en los de soledad, de escucha y en los de relajación, irás haciendo intentos de autocuidado y creando hábitos nuevos. Pero que todo sea con amor, parfavar. Aprendemos en autocrítica constante y si todo lo anterior te parecía incómodo, entrar en los jardines de la Autocompasión, flipas. Ahí sí que da la risa del esfuerzo que requiere. Pero no queda otra, el autocuidado sólo sirve si es con amor, mucho amor. Es quizá lo más difícil, pero cuando un día lo consigues y piensas “Qué bien, oye. Qué mayor me estoy haciendo y qué bien me quiero. Qué de mierda me como, pero qué de cosas estoy aprendiendo. Toda una chamana, yo”.
Eso sí que es magia. Pildorita pura, amiga.