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África: un viaje que transforma mentalidades

África

África es el tercer continente más extenso con 30,1 millones de km y una población de 1.200 millones de personas, el cuál, cerca del 50% de cada país son mujeres. Consta de 3 religiones principales y  miles de religiones nativas en cada zona, región o pueblo.  Y todas ellas, unidas por un mismo continente. 

Durante dos años de mi vida he estado yendo a Africa en los veranos, concretamente a Kenya y a Tanzania. Como muchos sabréis, cuando decís a la gente que vais a visitar África, lo primero que os dicen, es:  “¡Qué calor vas a pasar!”, “Ten cuidado con los elefantes y las serpientes”, “¡Ojo! con los hombres negros, son machistas y peligrosos” o “No vayas sola, eres blanca, te podrían hacer daño”.

“Ayudé en la construcción de casas de las familias del centro social al que íbamos”

Pues bien, ya podéis tranquilizaros, todavía no he muerto de calor. Durante nuestros meses de verano, en esa zona, es invierno. Mientras con los elefantes y las serpientes, no os puedo negar que algún sustito hubo, pero nada grave. Y en cuanto a los hombres, aquellas de las personas que me advirtieron, no iban desencaminadas, pero, ¿no es cierto que en cualquier lugar del mundo, te puedes encontrar con ese tipo de hombres “machistas y peligrosos”?

Mientras estaba en Tanzania, hicimos labores de voluntariado, pero no de esas de ir a visitar niños, hacerte la foto e irte. No, voluntariado de verdad. Ayudé en la construcción de casas (entre muchas otras cosas) de las familias del centro social al que íbamos, de tal manera, que nos introducíamos mucho en la el día a día de aquellas personas.

Para ir a trabajar a las diferentes casas, nos dividíamos en grupos, según las habilidades de cada uno y de las necesidades de las familias. En mi caso, las casitas que me tocaron, estaban en lo alto de una colina, donde se podía observar toda la ciudad, al vecino de al lado y al de debajo, todos eran una gran familia.

“Me quedé asombrada por lo increíble que era la mujer a la que debíamos  ayudar, Mama Angela”

El primer año que fui, tenía la incertidumbre de qué podría hacer, cómo iba a ayudar. Tiendo en cuenta que no había hecho una pared de rocas y adobe en mi vida, por lo que sentía las ganas de aprender y dar el máximo de mí, pero con un poco de respeto. Al principio, me quedé asombrada por lo increíble que era la mujer a la que debíamos  ayudar, Mama Angela. Una mujer indescriptible, inteligente, graciosa, luchadora, con una fortaleza física y mental brutales. Era todo lo bueno que os podáis imaginar.

Como bien he comentado antes, fui durante la época de invierno, una estación menos calurosa y lluviosa que el verano. Al vivir en un colina, durante la época de verano, las tormentas caen cada día durante horas, haciendo que el terreno se desplace y provoque riadas de agua que arrastran y desplazan la tierra y las rocas, causando enormes destrozos.

Lo que pasó en casa de Mama Angela es,  que el terreno que tenía sobre su casa cayó, dejando numerosos agujeros en el tejado de metal. Ablandando así el terreno para poder hacer una “habitación” más en la parte trasera. Cuando llegamos por la mañana, ella sabía que estábamos ahí para ayudarla, de tal manera, que picó toda la pared para que pudiéramos comenzar a trabajar. No os podéis hacer una idea de cómo trabajó Mama Angela, estábamos todos asombrados y a la vez un poco muertos de miedo al pensar que nosotros tendríamos que picar a ese mismo ritmo. Creedme, lo intentamos, era imposible.

“Solo estábamos ayudando mujeres mientras los Fundi, obreros en kshuahilli, observaban”

Nada más preparar el terreno, comenzamos a hacer la base de la “habitación”, casualidades de la vida que en ese momento, solo estábamos ayudando mujeres mientras los fundi, obreros en kshuahilli, observaban. Hasta que llegó un punto en el que se debieron cansar y nos quitaron de malas formas diciendo que las mujeres blancas no sabíamos hacer nada. Ya era tarde, así que nosotras con un poco de rabia nos regresamos a casa.

“Los fundi nos acabaron dando la razón en que tanto mujeres como hombres, blancos o negros, podemos trabajar igual”

Nuestra sorpresa llegó al día siguiente, cuando nos encontramos todo deshecho, todo el trabajo realizado el día anterior. Como comprenderéis, no nos sentó nada bien. Esta vez venían nuestros compañeros ( hombres ) con nosotras, lo cual, nos vino muy bien para explicar a los fundi que las mujeres, y además blancas, podíamos trabajar igual que ellos.

Nos llevó un buen tiempo convencerles, aun así, después de explicárselo no estaban muy contentos de la idea de trabajar con nosotras. Día tras día nuestra relación mejoraba, incluso cuando alguna de nosotras faltaba preguntaban qué nos había pasado. He de decir, que nos acabaron dando la razón en que tanto mujeres como hombres, blancos o negros, podemos trabajar igual y ayudarnos los unos a los otros.

La moraleja de esto, es que aunque haya una mentalidad más cerrada que otra, una opinión diferente a la tuya, no debemos juzgar y sentenciar a aquellas personas que difieran de nosotros. Era la forma en la que habían sido educados, lo que han visto durante toda su vida, lo que les hace ser así y pensar de ese modo. No somos quien para juzgarlos.

“Aunque sea diferente a lo que conocen, no tiene por qué ser malo”

De este modo, a todas aquellas personas que piensen que las culturas, pensamientos o convicciones diferentes a la suya, no podrán  cambiar nunca, aquí os traigo un ejemplo en el que hombres, de un pueblo perdido en lo más profundo de Tanzania, fueron capaces de hacerlo. Solo hay que darles pistas para que puedan lograr ese cambio, a través de argumentos y pruebas para que se den cuentan de que, aunque sea diferente a lo que conocen, no tiene por qué ser malo.

Carlota Abril

Empodera a mujeres y niñas en Kenya y Tanzania liderando una marca de complementos.

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