No os mentiré, yo lo viví como el fin del mundo porque no estaba preparada para soltar tantos vínculos a la vez que de verdad quería tener en mi vida, no estaba preparada porque yo creía y quería luchar por ese “para siempre”, no estaba preparada porque a mí en el amor me habían hablado siempre de esforzarse, de arreglar, de trabajar y de cambiar diversos elementos, pero nunca me dijeron que aprender a soltar también es una manera de querer y, sobre todo, de quererse.
Me pasé varios meses sintiendo que en varios de mis vínculos no había hecho las cosas bien, pero en realidad hice las cosas lo mejor que pude con mi nivel de capacidad en ese momento, con el tiempo descubrí que a veces no perdemos relaciones por haber hecho o no haber hecho algo, sino que las perdemos porque no estamos preparados para ellas, descubrimos que no somos capaces de establecer unas normas que nos permitan hacer de esos vínculos relaciones saludables y, por tanto, decidimos salir de ahí y darse tiempo, darnos tiempo para conocer nuevos lugares, nuevas personas, nuevas emociones y nuevas historias que no podríamos haber conocido si no hubiéramos sido lo suficientemente valientes como para aprender a soltar.
No os mentiré ni me excederé de idílica, en ocasiones sigo echando de menos algunas personas del ayer, me hubiera gustado hacer las cosas de un modo diferente, pero me consuela en que hice las cosas lo mejor que supe en cada momento.
“Soltar aquello que ya no nos hace felices o que ya no somos capaces de manejar de una manera sana”
No me despedí, me hubiera gustado hacerlo, no fui capaz porque yo en ningún momento quise irme, pero sabía que debía hacerlo, que lo necesitaba, a veces te das cuenta que es más la necesidad que el placer lo que te está haciendo quedarte en un sitio, y no hay señal más fiable que esa para salir de ahí, pues la necesidad nada tiene que ver con el amor y sólo si te atreves a soltar, a coger ese tren sin billete de vuelta y a cerrar del todo esa etapa descubrirás que hay vida después del fin del mundo, que aún te quedan muchísimas personas por conocer y muchas historias que escribir, y será en mitad de cualquiera de ellas cuando te darás cuenta de lo bien que hiciste en aprender a soltar, que sí, que ya lo sé, que sé que dolió mucho más de lo que nos habíamos imaginado, pero no hay mejor manera que enfrentarse a los miedos que de cara y sabiendo que no es un simulacro.
Este escrito que estás leyendo me hace feliz porque tiene en su interior mucha introspección, mucha deconstrucción sobre los “para siempre”, sobre el amor y sobre el hecho de soltar aquello que ya no nos hace felices o que ya no somos capaces de manejar de una manera sana, no pasa nada por no ser capaces de ello, pero en esos casos hay que aprender a soltar, es algo así como decir: “Gracias por lo vivido, he sido la persona más feliz del mundo, pero ahora me tengo que ir”.
A mí me costó mucho dolor y esfuerzo entender esto, pero lo acabé haciendo porque me coloqué por primera vez yo en primer lugar y me pregunté a solas: “¿Qué necesito?”
Necesitaba salir de mis círculos habituales, necesitaba salir de mi zona segura, de mi casa y de las cuatro paredes de mi habitación y conocer un nuevo mundo, un nuevo lugar en el que empezar siendo la extraña de nuevo y acabar siendo una más, necesitaba soltar a mis personas necesarias y descubrir que la única persona que realmente necesito es la que veo cada mañana en el espejo, lo hice.
Y sí, me gustaría algún día volver a esos lugares de siempre, contarles emocionada todo lo que viví y recordar viejas anécdotas, pero que ocurra o que no ocurra ya ha dejado de ser algo importante o que espere con impaciencia y ahora, desde aquí, sólo me limito a recibir con los brazos abiertos todo lo que venga, me tengo a mí y soy consciente de mi valor y de mi poder, ese que guardo aquí dentro, teniendo eso, habiendo encontrado en mí todo el amor que buscaba ahí fuera puedo decir orgullosa hoy y aquí que sí, que he vuelto a ser muy feliz y que nunca creí que soltar fuera tan importante como saber agarrar.