17 de junio… ¿Sabes, hermano mío? Nunca asumiré lo inasumible. Jamás.
Aunque me tiemblen las manos al escribirte, aunque mi cabeza explote y mis ojos te busquen como dos desesperados, obsesos y posesos, aunque las lágrimas sean inevitables…
“Así sigues vivo. De la mejor manera que puedo y que sé hacerlo”
Pero me enseñaste que la sonrisa debe funcionar siempre. Como cuando me hacías cosquillas si me resistía ¿Te acuerdas? Y funciona.
Funciona como nuestra perseverancia, como nuestra tozudez con cada adversidad del camino, como nuestro pundonor y nuestra lealtad a los nuestros. ¿Te acuerdas?
Menos mal que me acuerdo y recuerdo. Menos mal. Porque así te resucito en cada instante. En cada golpe de respiración. En cada revuelo de mi alma. En cada lágrima valiente que sale de unos ojos que pintan del mismo color que los tuyos. Así sigues vivo. De la mejor manera que puedo y que sé hacerlo.
Hoy tengo letras agolpadas y precipitadas para ti. Como te gustaba. Como te gusta… Como nos admirábamos. Como nos admiramos… ¡Maldita sea! ¡Que no quiero pretéritos y sí que sigamos conjugando presentes de indicativo! ¡Que son divinos! Sé que lo sabes, hermano mío.
“Feliz cumpleaños, feliz trascendencia. Bendita sea mi existencia que tanto tiene de ti”
¡Ven un ratito y siéntate aquí a mi vera! Me hace falta tu guitarra para escribir. Me haces mucha falta tú. Sonriamos, vida mía.
Te quiero y te admiro. Siempre. Sin ti. Por ti. Contigo.