Me embarqué en este viaje junto a tres buenos amigos, sin sospechar que sería uno de los capítulos más memorables de nuestras vidas. Tailandia guardaba para nosotros aventuras, sonrisas, contrastes, y paisajes sobrecogedores.
Lo primero que recuerdo es el caótico tráfico de la ciudad y los aromas embriagadores de pad thai nos dieron la bienvenida a este bullicioso escenario urbano. Entre los tuk-tuks que nos perseguían para ofrecernos tours por la ciudad, entrevimos la importancia de asegurarnos que la aventura que nos ofrecían encajaba con lo que les pedíamos, evitando así sorpresas inesperadas en las que nos llevaban a los sitios en los que recibían comisión.
Nos alojamos en el Lamphuhouse hostel, nuestro refugio en esta jungla urbana. Estaba a 300m de Khao San Road, una de las principales calles de Bangkok, y el precio no subía de los 13€ por persona. Desde la recepción nos acogieron con calidez y nos ayudaron a planificar las siguientes partes del viaje junto con los consejos de otros mochileros con los que nos fuimos cruzando a lo largo del viaje.
En el bullicio de la calle Kaoh San, en Bangkok, nos topamos con la tentación de los Ping-Pong Shows del barrio rojo Tailandés. En él, chicas jóvenes ofrecen un espectáculo de juegos pélvicos en los que se introducen objetos de lo más bizarros en la vagina. Descartamos esta opción decidiendo no contribuir a este negocio que ya ha sido denunciado por organizaciones que luchan por los derechos humanos, como es el caso de Not For Sale. Además, aprovechan el “espectáculo” para estafar a turistas a los que se les exige una suma mucho más alta de dinero que la que inicialmente se les plantea. En su lugar, nos dejamos llevar por la música que inundaba las calles, y enfrentando el desafío de probar insectos locales. Al día siguiente hicimos un tour en tuk-tuk y navegamos en barco por los canales de la ciudad antes de volar hacia Chiang Mai.
En contraste con Bangkok, Chiang Mai emanaba tranquilidad y naturaleza salvaje. El parque nacional Doi Inthanon nos aguardaba con un hike sobrecogedor y una experiencia de rafting con Pon Tours que nos desafió desde el inicio. Durante el descenso, uno de nuestros guías cayó de la barca y por unos segundos le perdimos de vista entre las rocas del río. Ante nuestro asombro y preocupación, el equipo local se veía bastante tranquilo, su percepción del riesgo y la nuestra es bastante diferente. Después nos llevaron a un santuario ético de elefantes, donde les bañamos y nos contaron cómo les rescatan y reintegran. No permiten montarlos porque es perjudicial para su bienestar. Muchos de los sitios en los que lo hacen, les tienen prácticamente esclavizados para realizar esta actividad y no les permiten socializar y descansar lo que necesitarían.Continuando mi viaje hacia el sur, llegamos a las playas paradisíacas de Krabi. Aquí, me encontré con un paraíso tropical con aguas cristalinas, impresionantes formaciones rocosas y una gran cantidad de actividades al aire libre. Llegamos por la noche y parecía estar desierto. Buscando algún chiringuito en el que poder tomar un pad Thai o un Tom Kha Kai (pollo en leche de coco, mi favorito), encontramos una caseta de madera abierta en la que nos invitaron a pasar. Estaban celebrando un cumpleaños y no dudamos en pedirles la guitarra para participar en una fusión cultural musical.
Tras una botella de whiskey para todos, acabamos subiéndonos en sus motos para ir al único lugar abierto, el Center Point, en Ao Nang beach. Nos chocó la experiencia con esencia a Benidorm, donde turistas americanos y australianos disfrutaban de mucho alcohol y música yankee de los 2000. No era la experiencia local que buscábamos, pero bailamos hasta el amanecer.
Ver eso desde Ao Nang beach no tiene precio.Después de una experiencia inolvidable en kayak por la Bahía de Phang Nga, donde encontramos cuevas ocultas, lagunas escondidas y un atardecer de infarto en el que parecía que salíamos de una película del agente 007, vimos el cielo rugir y todo el mundo correr como si su vida dependiese de ello. Volamos hacia nuestro hostal, el Krabi Forest Homestay, y conseguimos derrapar en la recepción antes de ser atravesados por la lluvia. Anong, el recepcionista que nos hizo sentir en casa, nos contó cómo había reconstruido su casa al menos 4 veces tras uno de aquellos monzones. Su asertividad contándonos la historia con plena aceptación y serenidad nos hizo relativizar muchos de los bloqueos que traíamos desde casa. También aquí nos hicieron sentir en casa.
Phi Phi, nuestro siguiente destino, fue uno de los sitios más increíbles que he visitado nunca. Contratamos a un pescador local para salir hacia Maya Beach durante el amanecer en su barco de madera, antes de que se llenase de grandes barcos y turistas. El pescador nos obligó a hacer snorkel, y cuando nos sumergimos entendimos su insistencia. Los arrecifes de coral de las islas estaban repletos de una increíble diversidad marina.
Nuestra última parada fue Kho Tao, una isla paradisíaca preservada con mucho encanto. Nos alojamos en Tree House Bungalows, un hotel que cuenta con cabañas construidas con madera y bambú con una calidad /precio que nos dejó sorprendidísimos.
Un paisaje de ensueño por 20€ la noche. Además, el dueño nos ofreció una variedad de actividades de senderismo, ciclismo y yoga que disfrutamos como niños, y al despedirse, llegó con una sonrisa gigante y tres collares que él mismo había diseñado la noche anterior.
Tailandia consiguió que nuestros problemas del día a día se relativizaran. Nos dio la oportunidad de alejarnos de la rutina, mirar nuestro día a día desde otra perspectiva y abrirnos a la diversidad y sorpresa del mundo que nos rodea.
Un espacio de confianza en el que aparecieron desconocidos que nos abrieron las puertas de su casa, cuidándonos. Un viaje hacia un entorno totalmente cinematográfico, pero también un viaje hacia nuestro interior que dejó una huella imborrable.