A la demencia la conocí hace aproximadamente 10 años.
Tras el fallecimiento de mi abuelo materno, mi abuela se vino a vivir a casa de mis padres. Yo acababa de regresar de Salamanca de terminar el máster que fui a estudiar y había decidido irme a vivir sola. La pareja de una amiga se ofreció a alquilarme su piso y me fui.
Mi abuela, se llamaba Concha. Era una mujer fuerte con mucho carácter pero a la vez era muy risueña, cariñosa, generosa pero muy gobernosa , eso sí , hacía los mejores bizcochones de la isla. Había estado los últimos años al cuidado de mi abuelo, tras fallecer él, mi madre y mis tíos empezaron a notar los primeros despistes, se olvidaba de cosas y ya no se sentían tranquilos dejándola sola.
Ahí llegó la demencia a nuestras vidas.
El estar viviendo cerca de casa de mis padres, me permitió seguir disfrutando de ella y también ir viendo como ese deterioro cognitivo iba aumentando.
Pase por muchos estados emocionales: frustración, rabia, miedo, tristeza porque la echaba de menos. En una ocasión, me dejé llevar por ese bucle emocional y estuve semanas sin ir a casa de mis padres, para no verla. Me inventaba excusas para no ir. No quería aceptar la situación y sufría mucho cada vez que la veía.
Hasta que me rendí, solté, acepté y comprendí la enfermedad, acepté la idea de que mi abuela ya se había ido, pero parte de su esencia seguía ahí. Ahora tenía que conocer a esa nueva versión de ella, mas ausente de lo que me gustaba, mas amorosa, su carcajada, su carácter aparecían en muchas ocasiones y cada vez que ocurría se me recargaba el alma, porque era la forma en que la veía otra vez a ella.
Mi abuela me dejó dos aprendizajes importantes en sus últimos años de vida.
El primero, conocí la parte más vulnerable de la enfermedad, como los miedos, los apegos desaparecen, ellos solos viven el momento presente. No era consciente de que la vida me había puesto esa experiencia vital para que aprendiera a transitarla, entenderla y comprenderla. De esta manera, ahora puedo en mi labor profesional empatizar y acompañar mejor, tanto a los pacientes con demencia y Alzheimer, como a sus cuidadores y sus familias. Ellos se merecen todo el cariño y comprensión.
El segundo, es un aprendizaje más personal. Yo tenía y sigo teniendo una conexión especial con mi abuela. Ver como la enfermedad se la llevaba poco a poco, me hizo disfrutar de cada momento con ella. Donde profesarnos el amor, el cariño era nuestro nuevo juego. Y así jugamos hasta el final, porque hasta su partida fue especial, bonita y maravillosa como lo era ella. Me enseñó a recolocar y redefinir los valores en mi vida, darle una nueva visión, ahora el amor se ha convertido en el ingrediente fundamental e imprescindible el cual intento aplicarlo en cada cosa que hago.
Querida lector@, si estás pasando por una situación parecida, te diría: “Pide ayuda a los profesionales, hay recursos que pueden facilitarte los cuidados. Cuidar y acompañar no es fácil pero intenta no olvidarte de ti, busca tus momentos para recargarte y disfrutar. Lo estás haciendo bien. Un abrazo”
Este es un pequeño homenaje para ti Concha, GRACIAS por ayudarme a convertirme la mujer que soy.
Brutal. Abrazos y besos.