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Carta a mis silencios

Tirada en el pasto de algún parque en el 2022 mirando esos cielos que son magia. Trato cada día mirar hacia arriba, contemplar los colores, la forma de las nubes, cómo ilumina el sol y me encanta cuando la luna se cuela en la escena diurna con energía leonina y descarada. 

Ahí donde me imagino expectante, pero con calma. Con una quietud aparente aunque yo sé que por dentro hay un estallido de sonidos. Les escribo desde el corazón para agradecer su aparición justo cuando lo necesito, al borde del colapso para sostener mi mano y expulsarla hacia al frente. Tenemos una relación extraña, vos sabés que yo te amo, te admiro, no hay amor más sincero, más inspirador, pero necesito -también- una dosis de sonoridad perturbadora.

Cuando viajo por la ruta, me canso de la música, de las charlas y solo aprecio el paisaje, ese no-sonido. Sobre todo en esos trayectos largos, como el de Purmamarca a La Quiaca.

Te interrumpo…

¿Sabes qué pensaba?  Los ojos necesitan ese papel protagónico, pero  Uds., logran escurrirse en la resistencia. No todo te interpela tanto. Tengo la cabeza llena de movimientos  oníricos. Una película de solo imágenes que recorren la pantalla. Ojos mirando con recelo la posición de las orejas. Siempre queremos estar en el lugar de otros. Creemos que ese es un mejor lugar, una mejor vida, una mejor pareja. ¿Será?

Me das miedo, me enojas, me pones incómoda, me siento juzgada. Entonces, con mis dedos índices me tapo los oídos gritando lalalalala, pero los sonidos atraviesan como un battement histriónico en mis caligrafías desgastadas.

Me parece raro el silencio, es como esas esculturas de museo, algo preciado en una caja de cristal. No tocar, te dicen así y te dan ganas de contact, bueno, en el 2020 estaba prohibido.

Son como el ermitaño, la carta número nueve del tarot que nos pide entrar a esos lugares a los que evitamos para que no nos regañen. A esa parte de la casa que es solitaria, con poca luz, a esas mantas abrigadas y pesadas que no nos permiten movernos mucho pero sí te abrigan como esos abrazos que nunca vienen mal. La luz tenue, las noches, los inviernos, los momentos de introspección. Habitar las charlas con todas mis yo, con lo que nos desvela, lo que nos molesta y con aquello que deseamos desde las tripas.

La oscuridad se tornó acogedora, de la misma manera en la que escuchamos música melancólica cuando estamos tristes, no queremos ni escuchar el silencio, por el contrario ¡Qué tentador es el sonido irreverente!

Sí, te sigo ignorando, pero siempre habrá  algo de vos en el sueño, quizás en ese mundo de ríos inconscientes, de cielos como montañas, de que todo sea distinto … Sin interrumpir con mi voz interna que habla más que mi compañera de la primaria. Parece un plan interesante para obviar la murmuración.

 Los pájaros hacen un ritual sobre el bosque. Una secuencia coreográfica, pasos discontinuos individuales y en grupo. Ese paisaje tiene un sonido, ¿ustedes lo escuchan?  Otra vez interrumpo, es bastante inevitable, ¡Ojo! es contagioso…

Yo les avisé.

 Trato de evitar tanto bullicio, trato, no puedo, porque sin desearlo escucho a mis vecinos de abajo. Así como un golpe sobre una herida, no sé cómo, pero te das ahí con todos los objetos de la casa, los muebles se corren de lugar para hacerte gritar y opacar el silencio que había venido de regalo, y que yo no pude apreciar con sutileza.

Bailo sin música escuchando una letra insensata en donde se entremezclan palabras que supuran.

Lo visceral y lo espectacular.

Lo viejo y lo nuevo.

Mar y río.

Luna y sol.

El ermitaño y el loco.

Todo un abismo y la mismísima cercanía.

Vuelo profundo y enraizamiento.

Respiración consciente y saltos automáticos.

Miedos y las ganas de  escalar la montaña más alta.

Fluctuantes sensaciones de amor y odio.

Lado oculto y lado luminoso.

Una pierna más larga que la otra.

Una decisión y dos cuartos de titubeos.

Ni esta ni aquella.

Todas y ninguna.

Una por sobre la otra.

Las dos a la vez.

Ni una ni dos.

Mil o cien mil.

Por más silencios en este viaje.

Naiara Verdun

Bailarina que escribe. Argentina, pero viajera empedernida.

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