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Carta a mi abuelo

Querido abuelo:

Han pasado tan solo unas horas desde que no escucho la rebeldía con la que te enfrentabas a la muerte, y no puedo evitar escribir estos renglones para despojarme de la tristeza que me acompaña.

“Cuéntame algo aunque sea mentira” solías decir cada vez que te visitaba y lo cierto, es que te podría mentir diciéndote que estoy bien, que la vida sigue y que entiendo que tu ausencia “es ley de vida”, pero la realidad es muy distinta. Intento secar mis lágrimas, sonreír a los míos y fingir que estoy entera, a pesar de sentir que con tu ausencia también se ha ido una parte de mí.

Añoro los recuerdos y la personalidad tan acentuada que te caracterizaba, la capacidad de resiliencia con la que siempre nos sorprendías, las historias que me contabas donde proyectabas una infancia gris en un Madrid del año 36 repleto de bombardeos que te hicieron crecer a una edad que no te correspondía. Admiro la fuerza con la que caminaste y cómo te hiciste de la nada. 

Te quise y te acepté siempre tal como eras, con tu generosidad, simpatía y temperamento. Aún recuerdo el disgusto que te di cuando te dije con once años que quería ser budista,  o la alegría que te generaba verme bailar en muchas de las funciones que hacías con tus nietos, con las que descubrí que podría ser actriz con tan solo dos años. También las zarzuelas y los chotis que me enseñaste,  la casita de madera que me hiciste, el olor a serrín de tu garaje, aquellos veranos donde te acompañaba a dar de comer a los perros, lo mucho que te reías cuando me veías jugar a imitar diferentes profesiones,  y lo que te gustaba verme salir en la tele o leer algunos de mis libros.

96 años has vivido y a pesar de que tus primeros años fueron duros, has tenido la suerte de vivir el resto de tu vida con una familia que siempre te ha querido y respetado, porque has sido y serás el pilar que nos ha unido.

Estuviste trabajando para disfrutar compartiendo con los tuyos todo lo que tenías, y por eso la vida te ha querido compensar con una larga vida.  Gracias por tu generosidad, valentía y entrega, allá dónde estés da recuerdos a mi abuela paterna, con la que te gustaba compartir anécdotas de aquella España en blanco y negro donde os alimentabais de hígado de bacalao y leche condensada.

Aquí, mientras tanto seguiré disfrutando de la abuela Ali, la última  abuela  que me queda, la que fue tu esposa y te acompañó hasta el final,  a pesar de decir que ya no te daba besos de tornillo.

Gracias por dejarme un legado lleno de altruismo y recuerdos que nunca olvidaré. 

Lo efímero se hace inmortal en el recuerdo.

Hasta siempre abuelo Lolo.

Macarena Arnás

Escritora y psicografóloga. Inquieta e inconformista por naturaleza.

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