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¿Y si bajamos nuestras expectativas?

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Según la Real Academia Española, “las expectativas son la esperanza de realizar o conseguir algo”. Pero, ¿qué sucede cuando esas expectativas son tan altas que se vuelven inalcanzables e imposibles?

En lo personal siempre he tenido un problema para manejar mis expectativas, especialmente cuando se trata de un evento que he planeado con algo de antelación como un reencuentro familiar, una fiesta, un viaje. En esas situaciones es común que me deje desestabilizar por los infortunios o la falta de esfuerzos de los otros. Por supuesto, siempre terminó con un sentimiento de desencanto y tristeza.   

La invitación para celebrar con un reencuentro el cumpleaños de una amiga fue una bella promesa de momentos inolvidables, risas prolongadas y recuerdos por atesorar en los años que vienen. En un principio mi cabeza comenzó, como de costumbre, a imaginar lo excepcional que ese encuentro sería; mis expectativas empezaron a acumularse. Los preparativos iniciaron, de manera oficial, a principios de año. La cita se programó para mediados del verano en una de las ciudades consideradas más bellas del mundo, la ciudad luz, París.  

Las sugerencias de actividades, lugares para visitar y restaurantes para disfrutar de la gastronomía local aparecían cada día en el grupo de Whatsapp que se creó para efectos de la organización, pues no todas vivimos en la misma ciudad, ni siquiera en el mismo país. Sin embargo, el desencantó llegó antes del mismo evento. Aunque la idea del viaje me emocionaba, otra parte de mí estaba lejos de unirse al entusiasmo colectivo. Cada nueva propuesta me parecía que venía con un costo, quizás muy alto, a pagar. Al menos eso me hacían pensar las imágenes disponibles en internet de cada uno de los lugares sugeridos. Por un lado deseaba poder disfrutar a fondo de la experiencia y dejar volar mi imaginación en lo extraordinario que esos momentos serían; por el otro, no podía parar de hacer adiciones  mentales, y mi lado pragmático, solo pensaba en cuán injusto sería para el bolsillo familiar.

Los meses pasaron y llegó la hora de hacer el viaje. El estrés, a causa del gasto que según mis cálculos haría en los siguientes días, había sobrepasado la emoción de reencontrar a las amigas que por la distancia no había visto en tanto tiempo. El estrés era tal que en lugar de construir castillos en el aire como suelo hacer en esos eventos especiales, mas bien  cavaba un pozo en el que enterraría la cabeza mientras todo pasaba.  

Un día antes de la reunión para el festejo me encontré con alguien a quien estimo mucho y en sus muy sabias palabras me dijo: “deja de preocuparte por lo que va a costar. Dite que quizás será un exceso, y que muy probablemente nunca lo volverás a hacer. Pero por ahora disfruta a fondo los momentos que vienen y guárdalos en tu corazón”. Con sus palabras en mente respiré hondo y me presenté, con el mínimo de expectativas, a la mañana siguiente  en el lugar y hora acordada. Desde el momento en que nos encontramos mi corazón se llenó de alegría. El tiempo sin vernos de repente se disipó y después de fuertes abrazos empezamos a conversar y ponernos al día. El cielo de un inmaculado azul sirvió como el marco perfecto para las numerosas fotografías que tomamos juntas, además de que la temperatura era ideal para nuestras largas caminatas: un clima cálido con una suave brisa refrescante.

Teníamos tres cortos días para disfrutar y el programa estaba cargado. Para mi agradable sorpresa ninguno de los planes fue tan costoso como lo había estado temiendo por tanto tiempo. Al contrario, pude disfrutar de cosas que nunca había tenido la oportunidad de realizar sin arruinar a mi familia.

En conclusión, el viaje tuvo excesos, más no en el gasto, ni mucho menos en mis expectativas. Pasé quizás unos de los mejores momentos del verano. Bailamos, gritamos, cantamos, nos abrazamos y dejamos que las cámaras grabaran nuestras imágenes una infinidad de veces. 

Se dice que no hay nada mejor para la salud mental que permitirse al menos una escapada al año con amigas. Desconozco si se trata solo de una moda o de un real aporte a la salud mental, pero sin duda fue un verdadero privilegio el poder realizar esa escapada y disfrutarla al máximo, sin el mal sabor de boca que las expectativas no cumplidas me suelen dejar. 

Tania Farias

Soñadora empedernida, escritora de alma y corazón.

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