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Voy a escribir lo que me sale del coño

Tras dos días paralizada tras escribir este título, he decidido continuar y que no quedara solo en eso “solo un título”.

¿No te da la sensación de que vivimos en un continuo titular, rimbombante y a la vez vacío? Grandes frases de empoderamiento, donde de alguna manera te quitan el poder en vez de dártelo, donde te animan con humo, ensalzan tu esencia, pero sin saber nada de ti.

Por cada taza de arroz son dos de agua, si, pero no siempre ¿verdad? Y es que no todos somos iguales, no todos queremos dar nuestra mejor versión, ni ser capitanes de nuestro barco, ni queremos vestir como la influencer de turno. A veces solo queremos ser lo que nos de la real gana, ni más ni menos. Pero entonces, parece que todas las luces se iluminan para dar la alarma.

¿Cómo que vas a crear tu propia senda? ¿Cómo vas a atreverte a ser diferente? ¿no tienes miedo de caer en los desclasificados de la vida? ¿quieres ser una desterrada de la sociedad?

Entonces aparece en escena algo que esta sociedad se encarga de fabricar con denominación de origen: EL MIEDO.  Y este subproducto de esta dualidad que vivimos en nuestras entrañas nos empieza a paralizar, a hacernos preguntas como ¿te vas a atrever a mandar un artículo llamado así? ¿pero que van a pensar los demás? Igual no les gusta, me tachan de banal, de mala persona o incluso peor, de ordinaria, porque el mundo te quiere extraordinaria, llena de brillo, glamur, perfecta y bien hablada.

Me siento como en una fábrica, donde ves pasar en sus cintas transportadoras millones de naranjas preciosas, pero a las que les dan mas brillo para que cuando vayas al super, tus ojos no se despisten con la pera sucia, con tierra y alguna magulladura. Más sana pero fea, distinta. Una pera no instagrameable.

Y sí, por su puesto, yo también he querido ser esa naranja, estupenda, con una piel perfecta, que todos quieres que miren, deslumbrada por las luces externas que creía que me iban a dar un brillo resplandeciente. Guardada en una caja preciosa y reposando sobre papel charol con una pegatina que pone “premium”. Pero todas esas autoexigencias externas hacían que mis gajos se fueran quedando sin mi jugo original, mi aroma, mis pequeñas heridas, vacía de mi ser. Y todo para que alguien externo exprimiera mi zumo y al final acabara devastada en el cubo de la basura. Eso sí, reciclada, para volver a empezar una nueva cadena en la que parece que vas a tener el mismo final.

Ahora yo decido empezar un nuevo ciclo, porque esto va de volver a experimentarte tantas veces como segundos tiene el día. No te diré la puñetera frase de “levántate cada vez que te caes” porque a veces parece que hasta las piernas nos desaparecen y las fuerzas flaquean. Por que una cosa es querer y otra poder y NO, no siempre que quieres, puedes. Porque entonces, no habría enfermedades, ni problemas, ni por su puesto aprendizaje. Aunque esto de que lo que no te mata te hace más fuerte también lo pongo en duda. Porque hay hostias de la vida que te dejan en el suelo por años y no por eso sacas unos músculos de infarto, si no que a veces te debilitan tanto el corazón que necesitas cama por años. Pero claro, empiezas a ver redes sociales  y títulos deslumbrantes  de toda esa gente  que ha remontado, gente maravillosa con cuerpos de escándalo, gente con caras de 20 años en cuerpos de 50, y cuerpos de 50 en mentes de 20…Y entonces te dices… ¿Cómo no vas a poder si te están diciendo que nada es imposible? Y claro, correr un maratón con el corazón débil por mucho que quieras, igual te hace volver a la casilla de salida y encima pasando por la cárcel.

Y vuelves a la cama sintiéndote rara, porque estás haciendo lo que parece que todo el mundo hace, pero a ti no te sirve…entonces ¿seré yo la defectuosa? ¿será que todos quieren y además pueden menos yo? ¿o será que ellos editan mejor los vídeos y que tienen que seguir en la cinta transportadora porque es la manera de sobrevivir? Igual ellos también quieren dar al botón gigante de STOP, pero no pueden, aunque quieran. ¡Qué paradoja! ¿Verdad?

Entonces, con tu corazón hecho una pasa, te alejas un poco del ruido, porque hay mucho en este mundo, es como una gran fábrica enorme con materias primas adulteradas donde tienes que ir con cascos protectores en los oídos. Y empiezas a bajar frecuencias externas y subes la tuya, que siempre estuvo ahí, pero condenada. Al principio tienes “mono” de oír lo de fuera porque parece lo aceptado y lo normal, pero sientes curiosidad de oírte, de sentirte, de comprender qué puñetas es lo que te has perdido en ese silencio interno acallado por los destellos de este mundo.

Y no es fácil, te lleva tiempo, años diría, quitarte capas. Necesitas un decapante llamado autoconocimiento, respeto, observación, comprensión y compasión. Dosis de paciencia, de confianza y en definitiva de amor. Y empiezas un nuevo ciclo, porque al final somos constante transformación. Esa naranja se transformó en un pomelo tras escribir lo que le salía del coño, tras ser capaz de traducir su silencio interno porque empezaba a gritar más que los decibelios externos.

Y es que, vivir hoy de acuerdo con tus propios titulares, no es tarea fácil. Parece que los altavoces de la sociedad lo tienen la gente que no tienen voz propia, pero si no una garganta que sirve de canal a gente interesada en que te fijes en el coño de los demás, en vez de en el tuyo propio

Y como en el fondo me queda todavía alguna memoria ancestral, algo que dará para otro capítulo, puedes volver a leer este artículo y sustituir coño por corazón y verás que también vale. Y es que las creencias nos las incrustan tan bien desde pequeños que, aunque ya te hayas liberado de insecticidas y hayas descubierto la mandarina que hay en tu interior, siempre queda algo en tus raíces que te hace temblar el pulso cada vez que quieres escribir y expresar lo que te sale del coño sin sentirte mal, rara o subversiva para las mentes.

Zayra Abascal

Mamá PAS, terapeuta consciente y reflexóloga vital con un alma lleno de magia

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