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¿Vivir con vergüenza y agachando la cabeza?

Todos cometemos errores. Y cuando eso pasa, de alguna forma, alguien siente que la sociedad los obliga a vivir con vergüenza, miedos, culpas, agachando la cabeza. Alguien queda para siempre con la autoestima alterada, la que, como un charco de agua, se va alimentando despacito, gota a gota desde aquel ínfimo agujerito en el techo. Pero, ¿qué daño puede hacer un humilde comentario? Si al final era solo una broma, nos dicen (y decimos) alegremente. Y terminamos sin siquiera notarlo, empujando a alguien (o a nosotros mismos) al precipicio, a arraigarse dentro de ese tornado de ansiedad, o bajo la sombra gélida de su hermana melliza, la depresión.

La mayoría de los mortales transitamos por nuestros días sobre esta tierra con una balanza de equidad en una mano, y con una piedra en la otra. Cuestionamos y juzgamos la actitud o el comportamiento de otros con la escala de valores que llevamos insertada en el inconsciente, y rara vez nos detenemos a preguntar, entender o solo pensar lo que los puede estar motivando a hacer o decir esto o aquello. ¿Quién no tuvo alguna vez un mal día? Te echaron del trabajo, o pasaste los últimos meses tratando de conseguir uno, sin éxito; tus padres te han retado por algo que hiciste o dijiste, o por lo que dejaste de hacer o decir; tu esposx o pareja ha ignorado tus pedidos de atención o cariño, o eres una víctima de abuso psicológico, físico o financiero; te ibas a poner el vestido nuevo que compraste
con tanta ilusión para esa ocasión tan especial, y al ponértelo, no te entra por qué has ganado varios kilos. Si, también es verdad que muchos de nosotros vamos por la vida sin pensar como nuestro comportamiento afecta a la gente que se nos cruza.

Tenemos un mal día, por cualquier razón altamente justificable, claro, pero nos basamos en esto para actuar como reverendos egoístas, y contestamos mal a un empleado de un comercio, o le cruzamos el auto a uno que maneja bajo las normas de tránsito, o nos avivamos en la cola del supermercado, tratando de pasar por las cajas antes que el resto de la gente que estaba esperando pacientemente antes que nosotros. ¡Y como jode eso a los demás!, pero ¿alguna vez, tu comportamiento equivocado te ha quitado el sueño? Lo más probable es que la respuesta sea “no”.

El punto es, no sabemos por lo que está pasando el otro, y sin ese pequeño detalle de información, no tenemos ningún derecho a juzgar. Ni siquiera enojarnos. Mucho menos criticar. Tampoco a actuar como verdaderos egoístas, claro. Cuanto mejor sería el mundo si pudiéramos andar por ahí, cada día recordando esto. Pues bien, la realidad es que fallamos de manera compulsiva, y terminamos opinando, poniendo rótulos y etiquetas a la gente que pasa por nuestra vida, o simplemente haciendo lo que se nos viene en gana sin pensar en “el butterfly effect” de nuestros actos. Y sin percatarnos de que esos comentarios a los que rotulamos de “inocentes” impactan e influencian a quienes lo escuchan, alimentando emociones personales negativas. Somos responsables de nuestras ideas preconcebidas y de los estigmas que existen hoy en nuestro entorno, y en la sociedad como un todo, los cuales también alimentamos.

Como dijo el maestro Alexandre Pope, “Errar es Humano, perdonar es Divino”.
No somos Dios, pero si está en nosotros parar ese efecto domino de mala onda al que contribuimos gratuitamente, el cual, como un boomerang, tarde o temprano nos llegara de regreso.

Pilar Miralles

Argentina viviendo en Canadá. Amante de la cultura nacional y porteña de alma.

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