La incertidumbre es ese sentimiento que nos persigue, incomodando cada giro de volante que nos da la vida. Giros que son totalmente inevitables y que, una vez llegan, toca asumir y aceptar. Solemos compararnos con otras personas, poniendo la vara de medir mucho más alto de lo que podemos y queremos soportar “Lo mío no es nada, a Laura le diagnosticaron un cáncer” siendo esta comparación una incomodidad añadida y una frustración completamente innecesaria. Lo que le sucede a Laura no resta mi dolor, más bien, consigue que empatice con ella y el abrazo al vernos dure más de tres segundos. Y siendo ya totalmente honestos, esa incertidumbre y esos miedos a los giros, solamente son dosis de realidad y amables recordatorios de que estamos vivos, y no sabemos hasta cuándo. Después de pelear por unas condiciones de vida soñadas, por una casa a la que regresar después de un día agotador en el trabajo perseguido, para contarle a tu cómplice lo complicada que es tu función mientras comen pizza precocinada con todo lo que costó llegar ahí ¡Qué injusticia sería no valorar!
Esa estabilidad tan perseguida, ese momento confortable donde la luz de la felicidad completa la estancia. Sin detenernos a pensar que es efímero y volátil, porque lo que empieza se termina.
Lo opuesto a la incertidumbre es la seguridad, y no hay una certeza más real que saber que no vivimos para siempre.
Y este es mi recordatorio, para que mañana en el supermercado no dude entre coger la botella de vino más cara o la de oferta, y tampoco dude en enviarle ese mensaje a la persona en la cual pienso para beberlo juntos.
Que estrene zapatos nuevos, y también estrene sonrisa, que es gratis y dura poco.
Y sobretodo, que no olvide ni un segundo que mis luchas son igual de válidas que las luchas ajenas, y que me permito llorar si me duele, porque dejando que fluya , será más fácil.
Viviendo, aunque sea incómodo, sin explicación ni motivo. Solamente con la incómoda certeza de que la vida es el bien más preciado porque es efímero.
