Un día dejé de hablar bajito.
me harté de pedir permiso para existir
y me arranqué la piel
que otros habían elegido para mí.
me dolía el alma,
como si la hubieran habitado
sin limpiarse los pies.
así que me vacié.
me barrí.
me lloré entera.
dejé que la rabia hiciera su danza,
que el miedo gritara,
que el deseo se quitara la culpa.
cambié el perfume del sacrificio
por el sudor de lo que arde.
me volví fuego.
y no para quemar,
sino para alumbrarme por dentro.
aprendí a decir “no”
como quien aprende otro idioma:
al principio temblando,
después con acento propio.
me paré frente al espejo
sin maquillaje, sin filtros,
y me miré sin juicio:
ahí estaba yo,
la que sobrevivió a su propio abandono.
no necesito encontrarme en otros ojos.
ya me veo.
ya me escucho.
ya me creo.
y si antes fui herida,
ahora soy cicatriz que brilla.
marca sagrada.
territorio reconquistado.
no soy la misma.
ni quiero serlo.
soy la que volvió
con el corazón en llamas
y las manos listas
para sostenerse sola.