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Todo se resume a un instante

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A mis escasos veinte años y ejerciendo mi primer empleo en la misma institución que me diera mi título profesional, llegó a la pequeña capital costera en que vivía, un músico muy talentoso proveniente de Europa. Lo crucé en varias ocasiones en los pasillos de mi lugar de trabajo. Sus visitas obedecían a grabaciones de audios para un disco en producción. También lo llegué a cruzar en alguno de los recintos de la universidad a la que el músico se incorporó rápidamente como docente. En esas ocasiones llegamos a intercambiar saludos y sostener pequeñas conversaciones tan irrelevantes que ni siquiera recuerdo.

Un par de años después, yo emigré de mi país y desde entonces solo he regresado por pequeñas temporadas, casi como una turista. Por su parte, el músico en cuestión decidió llamar hogar a México y se instaló definitivamente en esa pintoresca ciudad que me acogiera durante mis estudios superiores. Con la facilidad de acceso a internet, el desarrollo de las redes sociales y el haber guardado un vínculo con la universidad que me formó, llegué a leer noticias sobre el músico, de vez en cuando.

Durante muchos años no supe más nada de él, hasta una noche reciente, en que abrí mi cuenta de Facebook y me encontré con la publicación de un amigo en común. El texto acompañado de fotografías, expresaba la tristeza que le causaba el fallecimiento sorpresivo de un amigo querido. Al leer el nombre y ver las imágenes, de inmediato reconocí al músico que solo se había quedado grabado en un recuerdo muy lejano. La noticia, además de impactarme, me provocó una cierta tristeza, que asumí, era el resultado de que aunque nunca compartimos una amistad, si fue alguien con quien mi camino se cruzó un día y guardé en mi memoria como a una persona sonriente, amable y con mucha vitalidad.

Haciendo cuentas, el hombre apenas rebasaba los cincuenta años, una edad a la que, ahora que me acerco con paso seguro y acelerado, lo sitúo en lo que aún considero como joven. Esa noche en que leía la notica de su partida, no pude evitar el reflexionar sobre la inmediatez de su muerte y me fue imposible sacar de la  cabeza su imagen. Lo imaginé levantándose con tranquilidad ese día de fin de semana. Debió haber degustado de un desayuno en familia antes de prepararse para el día que le esperaba. Después se puso en camino para disfrutar de un partido de futbol amateur. Tal vez su esposa y sus hijos, menores de edad, lo acompañaron para apoyarlo. Una vez en el campo, rodeado de amigos, de la algarabía del ambiente, el hombre se desplomó para ya no despertarse.

“Todo se detuvo en el instante, dejando inconclusas tantas cosas”

Su vida de detuvo en unos segundos, dejando a su familia sin ese esposo y ese padre amante. Aunque no cercanos a mí, ni física, ni emocionalmente, sufrí su tristeza, sufrí ese adiós inminente, inesperado, e irremediablemente recordé mis perdidas; y mis propios temores se encendieron como una caldera.

Esa noche y al siguiente día no dejé de pensar en todos los proyectos que ese hombre debía tener por delante: para ese mismo día, una vez que el partido terminara. Y los proyectos para los días siguientes, las semanas, meses o años por venir. Todo se detuvo en el instante, dejando inconclusas tantas cosas. Me he preguntado sin cesar cuántas palabras quedaron sin ser pronunciadas, cuántos te amos no se dijeron, cuántos abrazos se esfumaron para siempre. 

Y por supuesto, desde que leí la noticia, no he podido dejar de pensar en todos los proyectos que yo misma tengo para mí propio futuro, asumiendo equivocadamente que dispongo de todo el tiempo del mundo para llevarlos a cabo, sin tener en cuenta que quizás, este instante, es tal vez la última oportunidad que tendré para realizarlos. 

Siempre he escuchado decir que en esta vida de nada estamos seguros más que de la muerte, y es curioso, como teniendo tal certeza de esta, seguimos avanzando hacia ella con los ojos cerrados, negándonos a ver que delante de nosotros hay un final, tal vez cercano, tal vez un poco más lejos, pero está allí  y que en un instante todo se detendrá y quedará suspendido en un habría.

Tania Farias

Soñadora empedernida, escritora de alma y corazón.

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