El cuento de hadas. Los sueños. Realidades con la que te das de bruces mientras abandonas la ingenuidad.
Eventualmente dejas de creer. Es inevitable. Te lanzas en los brazos de lo políticamente correcto. Nos dirigimos como rebaños cumpliendo con dictámenes socio-culturales porque en la etapa adulta se supone que ya no hay hadas, ni estrellas, ni sueños. Casi todo se convierte en rutina cumpliendo con un rosario de expectativas tanto personales como hacia terceros. Y la vida pesa, pasa, vuela, se diluye.
“Los sueños se extinguen mientras algunas metas que no tienen nada que ver con lo emocional, se mantienen”
En algún punto te adaptas. Empiezas a ver pequeñas ráfagas en momentos puntuales tras haber estudiado una carrera y haberte buscado la vida, incluso cuando en un escenario propio del realismo mágico rodeado por las bondades de la montaña más bella del mundo, se daba por hecho que el modus vivendi seguiría intacto. No obstante, la vida es rebelde y las casualidades no existen.
Te enfrentas a un divorcio, eres madre, empiezas a levantar cabeza, sales adelante pero los sueños se extinguen mientras algunas metas que no tienen nada que ver con lo emocional, se mantienen. Unas acaban llevándose a cabo y otras no.
Hasta que un día de trabajo entre semana, bajo unas probabilidades prácticamente imposibles, entras en una cafetería con 45 años y sales con 22.
No existe espacio para nada forzado, los corazones van por libre y se comunican entre ellos, las miradas se funden en verdades irrefutables, las manos encajan a la perfección, los olores se echan de menos al instante de separarse, no hay desigualdad de intenciones, todo lo contrario, es como si la vida hubiese dispuesto ese momento que el universo tenía preparado para que dos personas se encontraran sin darse cuenta. Solo era cuestión de tiempo descubrir que para nosotros estaba permitido vivir el sueño a lo grande y protagonizar el cuento durante el tiempo que tenga que ser.
Se trata de una realidad mágica que llega en el momento perfecto, cuando has aprendido a identificar lo que no quieres y al mismo tiempo tienes claro quien merece compartir El Viaje contigo. Una persona colmada de cualidades que parece pertenecer a otro planeta. Un ser humano en toda la extensión de la palabra por la que siento una profunda admiración. Un alma que merece ser cuidado, amado y respetado. No solo por su esencia, sino porque es irrepetible.
Su generosidad no tiene límites y su honestidad es ejemplar.
Me siento, le veo, sonrío y soy feliz.
Por primera vez se trata de un sueño perfectamente tangible, hecho realidad, que ambos nos merecíamos.