Desde el origen de mis tiempos, siempre he sentido que no era suficientemente buena. Durante la adolescencia, viví cosas que alteraron el autoconcepto que tenía de mí, o quizás ya desde mucho antes. El caso es que mi motor ha sido la constante necesidad de superarme, de cambiar, de llegar a ser esto o aquello, de ser mejor, analizándome para frustrarme al percatarme de que no tengo algo. Pero siempre imaginando cómo haría para conseguirlo, imaginándome siendo así.
He cambiado radicalmente mi vida, o al menos para mí ha sido un cambio radical. Desde que era una adolescente tímida y un patito feo, hasta llegar a sentirme deseada por cualquiera que viese uno de mis autorretratos, explotando mi sensualidad. Quizás huí de un extremo al otro dejándome engañar con que la solución estaría al otro lado.
Abandoné cosas y personas por ser mejor, por avanzar, a sabiendas de que iba a ser muy duro, intentando conseguir mis objetivos, ser feliz, cambiar, hacer algo cada vez más bonito en este mundo y ayudar.
Todo empezó cuando rompí la única relación formal que he tenido, ese fue el punto de inflexión. Quizás fuera una mentira, un autoengaño, pues cuando crees que no eres suficientemente buena para ti misma, no crees que puedas ser suficientemente buena para nadie; pero cuando alguien te admira y te adora por ese desastre que crees ser, ¿cómo dejar pasar esa oportunidad?
En fin, un acto valiente, inconsciente, auténtico o poco inteligente… Qué más da. El caso es que a partir de ahí comencé a descubrirme de verdad. Empecé a viajar sola, a hablar más con gente desconocida, intenté mejorar mi aspecto, salir de mi zona de confort… Y entonces descubrí mi interés por la fotografía, mi pasión.
Desde el momento en que entendí que podía capturar con mi cámara instantes, personas, sensaciones, sentimientos y que estos perdurasen, mi vida cambió. Aunque quizás lo que más influyó es el hecho de que la foto me permite jugar en libertad. Aquí no hay reglas para mí, no hay formas perfectas de hacerlo, no hay críticas, nada más que seguir haciéndolo y disfrutar improvisando y creando.
En mi mente caótica que no sé si va demasiado lenta o a toda velocidad, hay un desorden total de ideas… Cuando mi Olympus entra en escena, todas las ideas toman forma, las escribo, las dibujo, las creo en mi mente y cuando las puedo plasmar en algo físico como es una foto y algo bonito sale de ahí… La sensación es increíble. Sobre todo, porque la gente conmigo disfruta, se comporta de forma natural, se abre a mí, me cuenta su vida, sus problemas, sus vivencias, sus debilidades y defectos. Me he dado cuenta que la gente confía en mí porque yo también confío en mí.
Por otra parte, yo intento mostrarles que hay que hacer cosas que te llenen y te hagan feliz, que la vida puede ser muy sencilla, que un simple café con una charla atenta puede iluminar el corazón, que salir una tarde y tirarse flores por encima al atardecer mientras te hacen fotos, sin que te importe que la gente mire, puede ser una experiencia sanadora. Yo les demuestro que lo que necesitan es una persona con empatía de verdad, con pasión por lo que hace y los escuche sin juzgar, con la mente y el corazón totalmente abiertos. Necesitan a una persona que quiera de verdad, que sienta de verdad, porque todos necesitamos sentir de verdad. Pero nos han intentado convencer de todo lo contrario y cuando se encuentran con alguien sin maldad, sin interés, con ganas de ayudar y de disfrutar, no lo entienden.
Pero mira que eres rara…
El otro día escuché en un anuncio, que el ser humano sería perfecto si no fuera por los sentimientos. ¿En serio nos van a hacer creer eso de verdad? ¿Acaso ser unos cabrones, fríos y autómatas nos va a hacer mejores como sociedad?
Mi más sincera opinión es que no y desde el momento en que te apasionas con algo te das cuenta de ello, del engaño en el que vive sumida la mayor parte de la gente. Si todos cultivásemos nuestras pasiones, tendríamos mucha más confianza en nosotros mismos y quizás no nos cuestionaríamos tanto si somos suficientemente buenos.