Estoy harta de esconderme. En el activismo social hay un fantasma que cubre poco a poco las conciencias y los corazones de los y las activistas. El miedo a ser denunciadas, el miedo a ser increpadas. El fascismo de Vox no se esconde, ellos se pueden permitir señalar migrantes como lo hacían lo nazis con los judíos el siglo pasado. Ellos se pueden permitir negar la violencia de género, insultar y reírse del colectivo LGBTIQ+. Saben que lo pueden hacer porque saben que hay un sistema que los sostiene, que les da cobertura, les ensalza y blanquea.
Sin embargo nosotras no podemos poner nuestros nombres, caras, cuerpos. No podemos decir. Por miedo a. Por si. Es más que probable que lo inteligente sea eso, no darles la oportunidad de agredirnos de la manera que sea; física, emocional o económicamente. Pero entonces saben que tenemos miedo. Y por tanto siempre ganan.
No hay peor censura que la que nos ponemos a nosotras mismas. El miedo es un monstruo voraz que arrasa con todo a su paso.
Pero yo me fijo en las que no tuvieron miedo. Porque gracias a ellas hoy tenemos más libertades que antes. Y el horizonte debe ser siempre ir a más, no a menos. Y yo no me quiero callar, ni me quiero cubrir. Quiero ser referente para otras, quiero que mi colectivo, asamblea, grupo, ideología, sea un apoyo fuerte y tenaz para aquellas que necesiten encontrar red, cuidados, protección y lucha.
Quiero que existan debates internos, no estar de acuerdo, discutir. Pero no irme a la primera de cambio. Porque si nos rendimos con la mínima dificultad, para eso, no estemos en todo esto.