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Siempre es un comienzo llegar a la orilla

Y si miramos juntos, lo que nos deja el camino

Si te das cuenta con atención, cada momento de tu día está la señal que buscas, la respuesta de esa pregunta. 

Por lo general el gusto por los feriados fue desapareciendo con el pasar de los años, ahora prefiero quedarme en casa, o reunirme con amigos antes de salir a algún lugar que sé, que habrá muchedumbre. Pero hoy en busca de respuestas mi día me llevó al mar. Los amigos a veces te dan la mano sin que le pidas. Mis amigos alquilaron un bote de esos que debes pedalear para moverte, llovía y el mar se veía igual de hermoso. Tratamos de salir, pero para manejar un transporte acuático hace falta orientación y fuerza para ir contra corriente. Mi amigo y yo no logramos avanzar tanto, en vez de seguir, dábamos vueltas y vueltas, a pesar que pedaleábamos no logramos avanzar. Saltar al mar siempre es buena decisión, así que abandonamos la tarea de pilotar y con el viento a favor nos lanzamos a las aguas claras y dejamos que otros guiaran el bote. Me lancé sin pensar tanto y de pronto estaba flotando en medio del mar, dentro del azulado océano estaba yo, lo que no sabía era que las preguntas que me inundaban estaban por hacerme más liviana. El bote tenía una soga, que asumo era para anclar cuando se llega a la orilla, yo lo usaba para sujetarme y dejarme llevar por él. 

De la nada un niño venia nadando a nuestra dirección, así, de la nada y sin avisar.

-Por favor, llévenme

yo sujeté su mano y lo subimos. 

-Cómo te llamas

-No puedo decirlo

-Te subes con desconocidos y no puedes decir tu nombre- Le increpó mi amigo

-Cristopher, me llamo Cristopher

Se había acercado porque quería conocer el bote, lo dejamos estar. Como vino se fue, el pequeño dio un salto y nadó hasta la orilla

Lo vi alejarse, nadando sin importarle como a nosotros, lo lejos que estaba la orilla. Nadó por unos minutos y se detuvo, hizo una señal de despedida con la mano. Yo seguía sujetándome de la soga, aferrándome a que el bote no se alejara de mí, cuando vi al niño nadar sin miedo, solté la cuerda y me quedé flotando en medio del agua salada. Solo flotaba, mientras cientos de gotas caían sobre mi cabeza y las olas movían mi cuerpo a voluntad, me sentía liviana, ya no me preguntaba nada más, solo venían a mí las respuestas a las preguntas que alguna vez en mi vida me había hecho. Todo estaba tranquilo, esos minutos fueron los mejores del día.

¿Y si el bote es a lo que nos aferramos en la vida?  lo que creemos que nos mantendrá a salvo y que por miedo no soltamos, pero al hacerlo nos dejamos de preocupar por cosas que no dependen de uno, y si solo nos lanzamos, nadamos, nos sumergimos en los más profundo de nosotros mismos y cuando decidamos emerger dejamos ese peso de controlar, de aprender a esperar, de ser esa persona que quieres que sean los demás, de abandonar la espera, de simplemente estar presente. 

Fue un día de feriado para muchos, un día de un bote, un día de lluvia, de salir a comer, para mí, un día que supe que las respuestas están en cada momento de la vida, solo hay que mirar de otra forma las cosas y agradecer por las cosas simples…

Patricia Tamayo

Ficciona historias reales, cree que a veces es necesario para que la verdad salga a la luz.

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