Cuando me acerco a una persona que vive o conoce una realidad diferente a la mía, siempre pregunto con respeto, callo y escucho. Acepto y me la llevo a mi casa. He conocido a una persona diferente a mí. Sin más. Porque escuchar cómo las demás personas viven su identidad, no genera en mi un deseo de opinar sobre ellas. No es como si discutiéramos sobre si se puede hacer una lectura fascista de la filosofía de Nietzsche o si la guerra de Ucrania ha incrementado de verdad el precio de los combustibles y la luz y no es en realidad debido al lobby de las grandes empresas.
Sin embargo en la pasada comida de Navidad con mi familia no sucedió eso. Hablábamos de identidad de género. Mi tía, respetuosamente y con ganas de aprender, me ha preguntado qué era eso de las personas no binarias y el género fluido. Puedo entender sus dudas, vive ajena a todo el mundo LGTBIQ+, feminista…al menos de manera profunda. Puede saber lo que sabe la española media que se informa a través de los medios de comunicación habituales. Socialdemócrata. De nuevo, sin más.
La conversación avanzaba bien. Ella exponía sus dudas, yo le explicaba cómo habían surgido estas nuevas identidades (o más bien esta conciencia de identidades que ya existían) a través de las diferentes luchas sociales que se iniciaron el siglo pasado.
El problema ha venido cuando, en primer lugar, era consciente de que mi hermano hacía burla detrás de mi mientras yo hablaba. En segundo lugar, cuando mi tía ha expresado que no entendía muy bien toda esa “necesidad de poner etiquetas”, que ella “respetaba todo pero que creía que se nos estaba yendo un poco de madre todo esto de lo queer”, mi madre, también desde otro punto del comedor, ha expresado su apoyo de la siguiente manera: yo estoy contigo, es buscarle tres pies al gato. Ella no estaba en la conversación, porque en realidad no tiene opinión sobre ello. Por supuesto que expresa que no le parece bien, que queremos ser muy modernas, que ahora vale todo. Pero eso, en realidad, no es una opinión. Cuando lo ha dicho más bien parecía una hooligan de mi tía. El tono, la manera. Refuerzo positivo. Probablemente ni me escuchaba hablar cuando he explicado de manera académica y sencilla lo que se me ha preguntado. Orgullo de ignorante. Sencillamente se alegra cuando alguien ignora todas mis explicaciones fundamentadas en años de estudio y las sustituye por una apreciación vaga y subjetiva.
Después de esto me he sentado en el sofá, entristecida una vez más por varias cosas; no ser tomada en serio a pesar de mi formación, ser objeto de burlas, tanto yo como el colectivo de personas conocidas a las que aprecio y que todo esto provenga de mi propia familia. Supongo que se han dado cuenta cuando me he puesto la cuarta copa de vino y he dejado de hablar.
Ahora lo único que puedo hacer es escribir sobre ello. Y tengo que decir varias cosas: No es ponernos etiquetas, es ponerle nombre. No es buscarle tres pies al gato, es que las personas tenemos muchos pies, porque somos diversas. No es una fase de experimentación, es experimentarnos a nosotras mismas. ¿Puede que nos estemos equivocando? Seguramente, en muchas cosas. ¿Es tarea nuestra reformular, repensar, deconstruir y volver a construir? Por supuesto. Y ese derecho no nos lo puede quitar nadie.