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Reflexiones sobre el pánico

Pan” habitaba los bosques y las montañas, era el dios griego de pastores y rebaños, hijo de una ninfa y de Hermes, el mensajero de los dioses. 

Pan tenía cuerpo humano, pero patas de cabra y cuernos en la cabeza. Se dice que Pan disfrutaba de estar en la naturaleza, vivía en soledad, tocaba la flauta, perseguía a las ninfas y las hacía temblar de miedo, pero no sólo a ellas, sino a cualquier humano que se internara en el bosque. Y Pan, salvaje e instintivo, se divertía con ello.  

La palabra pánico proviene del griego panikos, que se usaba para describir el miedo repentino que causaba el dios Pan.

Sí, el dios Pan generaba miedo, un miedo que paralizaba y dejaba en soledad a quienes lo sentían y no podían explicarlo. Pero Pan también conocía la soledad. 

Cuando Pan nació, su madre quedó aterrorizada al ver aquella criatura con cuernos y patas de cabra, y ante tal horror y sin saber cómo actuar, eligió abandonar y dejar en la más profunda soledad a aquel ser. 

Soledad por supuesto que marcó su destino y su carácter.

La historia de Pan nos muestra la relación entre el pánico y la soledad. Desde una mirada psicoterapéutica, el pánico es por sí mismo, un grito de soledad. Es decir, donde hay pánico, hay una experiencia que se vive en soledad. Y muchas veces, esto se vuelve un ciclo negativo: la persona experimenta pánico y esto es tan difícil de compartir y de expresar, que la soledad acompaña a quien lo padece, pero a su vez, esa soledad genera más temor.

Cuando una persona llega a terapia refiriendo que experimenta ataques de pánico, exploramos sus experiencias de soledad, que no siempre están en la superficie, pero al ir suavemente develando las capas, aparece invariablemente: la soledad y el abandono. No siempre es un abandono físico como el que sufrió el dios Pan, a veces es un abandono emocional, una soledad en compañía.

Qué profunda soledad la que experimentan quienes han sufrido un ataque de pánico, un momento en el cual sienten que se van a morir, no hay control del cuerpo, entonces se activa el instinto de supervivencia y se desconecta la corteza prefrontal que usualmente nos hace comprender y pensar con claridad. Es un momento de sentirse desprovistos de todo. La persona necesita que alguien más se haga cargo de ella y de lo que le está sucediendo, es como si el cuerpo gritara que necesita del otro por lo menos por un instante, necesita saberse en compañía y no en soledad. Es un grito ahogado que no puede reconocer su falta de apoyos, y tampoco puede seguir más en solitario.

Pan es el reflejo también de la soledad que el rechazo genera, y es una dualidad en cuanto a lo divino y lo terrenal, experiencia que no es ajena al ser humano, el deseo de conexión y el miedo a la pérdida, la ansiedad existencial y la búsqueda de significado en momentos de soledad.

En la sombra de los bosques, donde danza el eco de Pan, la soledad se viste de miedo, revelando la vulnerabilidad que palpita en el alma humana.

Mireya Thomas

Madre de dos hijos, psicoterapeuta gestalt y consultora en desarrollo humano

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