Amapolas…
Si se pudiera reflejar lo que pienso a través de una fotografía y registrar una pasión que desde pequeña me seduce, miraría una imagen de un campo de amapolas y hablaría de ellas, hablaría de sensaciones sobre amapolas, hablaría de letras, hablaría de letras sobre amapolas, letras que a veces sangran y otras veces destilan sonrisas decididas, sonreiría mientras huelo aroma de amapolas, me emocionaría mientras me empapo del rojo de las amapolas.
Amapolas…
La primavera comenzó. Casi llega a su fin. Dicen que es renacimiento. Dicen que es poesía. Dicen que es belleza. Dicen… Porque nunca fue santa de mi devoción esta estación de alteraciones.
Precisamente, las alteraciones nos están dejando huellas indelebles, perpetuas para el resto de nuestras vidas, pero no por ello vamos a caer sin remedio, porque tras esa que dicen que es la perfecta musa de un poeta, viene un verano más, con sus soles, sus luces, sus noches intensas e inmensas.
Y después ¡Ay, después! Después llega ésa en la que lo caduco cae y deja al desnudo la esencia de las cosas. La de verdad. La que sí es mi propia fuente de inspiración, en la que las amapolas ya son un vago recuerdo con camino de vuelta y viene en el de ida el petricor y el hermoso y fresco panorama de la alfombra de hojas secas a cada paso. Esa que después es atinadamente regada con benditas lluvias que, esas sí, siempre renuevan y limpian.
Las ausencias me duelen, me rajan a porciones, pero vuelvo a mirarme en un bosque de vida infinito y me hago un favor a mí misma. Y también a los demás. Y recojo los pedazos de ternura que me encuentro por el camino, y me los pongo, y me visto de gala con ellos, y sonrío, y me endulzo, y soy feliz porque ahora tengo los balcones abiertos para que entren las ternuras y los aromas de amapolas. Y tengo el corazón mimado y contento para que, a través de unos dedos inquietos, siga hablando mientras dibuja letras que sanan.
“Si me hace muy feliz y al mismo tiempo me produce vértigo, sé que es justo lo que quiero”
Pero siempre hay algo de la primavera que me recuerda a mi niñez. Que me sitúa en el punto exacto de dónde vengo y a dónde voy. Esos momentos en los que no bastaban las palabras, y que eran certeramente sustituidas por formas, colores, sensaciones nuevas.
Y así, siempre recuerdo que siendo pequeña, mis padres me llevaban al campo cubierto de amapolas en primavera. Siempre me llamaban la atención poderosamente. Me mezclaba entre ellas, las tocaba, las admiraba, las confundía entre las mil emociones bonitas que me provocaban. A veces, alguna mala hierba me producía escozor… Como la vida misma. Como todo aquello que, si me hace muy feliz y al mismo tiempo me produce vértigo, sé que es justo lo que quiero.
Es por eso que de la primavera sólo me quedo con su homenaje a la poesía, que siempre celebro, y con esos benditos recuerdos revividos en forma de vivas amapolas rojas, pizpiretas, frágiles y a la vez perseverantes, intensas…
Las llamaba “Manolas”…
Curiosamente, “Manolos” son los hombres más importantes de mi vida. Los que ya estaban entonces y los que llegaron a ella después. Es por eso que siempre que las amapolas y yo coincidimos, decido pararme entre estrellas, y besar sus lejanías… y sus perfectas cercanías.
Yo tambien conoci esa época y aquel recuerdo me había hecho crecer una extraña flor en el fondo del agujero de obús que me servía de corazón. Poco más que una rosa, apenas una amapola. Pero era hermoso mirarla entre los escombros de mi cuerpo. Me daba fuerzas.“
Que maravilla Mariaje, te leo y te siento, y por un momento me he visto en medio de muchas amapolas acariciando cada una de las sensaciones.