La danza, una danza, mil danzas, moverse, bailar, concatenar un movimiento con el otro. Sacar un pasaje, rogar que te toque del lado de la venta, detenerse, pausar, ir más rápido. Usar todo el espacio, moverse en sí mismo, danzar con otro cuerpo, moverse en soledad. Seguir una pauta, hacer por inercia, hacer por deber, hacer porque quiero. Bailar y jugar.
Una medusa y un cuerpo en plena entrega. A veces más tono, otras más contracción y por momentos expansión.
Mecánico, asimétrico, activo. Niveles y trayectorias. Marcar puntos de contacto con otras almas en un colectivo de las siete, secuencias en la peatonal al final de la jornada, saltos para esquivar los charcos después de un día de lluvia torrencial.
Ritmos para llegar al banco, a una entrevista, a una primera cita, a la casa de un familiar que no querés o a un trabajo que odias.
La acción por acción.
En otras ocasiones se genera una ola de danza que se apodera de todos esos cuerpos, movimientos contagiosos que se canalizan en cada esqueleto de manera particular con el toque de otros. Marea de luna llena.
Vuelvo a aquel recuerdo como cuando ayudaba a mi mamá a limpiar, y hacíamos un break para bailar moviendo las caderas con mi hermana al compás de la música tropical.
¿Quién dice lo que es bailar?
¿Por qué tenemos esa maldita manía de etiquetarlo todo?
¿Se puede uno mover sin corazón?
La enredadera mental que colma mi mente de hojas conceptuales, se perpleja ante tantos cuestionamientos físico-mentales-emocionales, por eso es preciso buscar escenarios para espiralar, zambullirse en el piso que es tan sostén como el aire, trasladando el peso desde la respiración costodiafragmática, apertura de intercostales flotando con la pelvis liviana y la mente cargada.
Todas las palabras aparecen en una improvisación. Siempre hay una razón en el espacio para transitarlo. En esa maniobra del andar, el cuerpo canaliza los movimientos latentes o inconscientes.
Un manojo de llaves desgastadas. Son muchas o pocas, ya no sé lo que la cantidad significa. Las puertas de mil formas con cerraduras clausuradas. Quiero ir y no me dejan. Me dejan entrar y ya no quiero ir.
Un mar embravecido en ciudad que no para ni en los recesos. Se derriten los edificios y las casas viejas mueren para nacer jirafas. No sé si el urbanismo es lo mío, pero me da pánico estar tapada de ladrillos. Necesito ver el cielo, para ver qué me pongo al menos…
Los abrazos que te curan el empacho, los halagos, los piropos de un amigo, un beso en la frente y que te tapen en invierno.
Bailaviajar para recordar el propósito.