Qué bien sienta a veces equivocarse. Creer que no va a sorprenderte lo más mínimo una nueva etapa y errar por completo en tu quiniela vital. Descubrir en ella a una persona que será de las más importantes de tu vida. De esas pocas, en peligro de extinción, que marcan y no se van.
Ir sin expectativas a una entrevista y encontrar ese trabajo que buscaste entre currículums rehechos y emails masivos durante tanto tiempo. Despertar creyendo que nada interesante te depara el día y terminarlo riendo a carcajadas con ese placentero dolor en el estómago.
Tener entre las manos una copa imprevista en la que se refleja amistad, celebración y complicidad, por lo que fue y por lo que se comparte entre silencios. Salir del trabajo, impetérrita, camino a casa y sorprenderte escuchando una noticia que termina en lágrimas de emoción.
Un encuentro inimaginable. Una llamada inesperada. Un jueves sin planes que se vuelve una de las mejores noches de tu vida. Una prueba enviada sin convencimiento que se convierte en premio. Un malentendido que se torna en un bonito error. Un lanzarse al mar y surfear la gran ola con elegancia. Un beso improvisado pero tan deseado… Una disculpa tardía que llega en el mejor momento. Un polvo generoso después de la siesta. Un “¿te acuerdas cuando…?” después de un día de trabajo infernal. Un final del día hundiendo los pies en la arena y los botines en la mano.
Un ‘pase lo que pase, siempre te acabaré sorprendiendo’ que te silba en un susurro la vida en un tramo en el que crees que no está pasando nada.