Hace casi cinco años que me separé de mi agresor. Mi caso, como el de muchas de mis hermanas, fue violencia psicológica sutil, que casi acabo con mi vida en dos ocasiones. Con él tuve dos hijos que debido a la situación social en la que vivimos, comparten domicilio semanal entre el domicilio de mi agresor y el mío.
Incluso, si tienes una sentencia en firme donde se reconoce la violencia a la víctima, el agresor, se le considera buen padre, a términos legales y tiene el derecho de estar con su hijo, cada quince días, un fin de semana.
Lo que yo me pregunto es que sí mi agresor me trato peor que a un mueble, cómo va a tratar bien a sus hijos. Sino tiene empatía por los demás, va a empatizar con sus hijos o sus hijos son posesiones materiales para satisfacer sus múltiples complejos.
Como todas, sigo sufriendo la violencia que sigue intentando ejercer a través de lo que más quiero, que son mis hijos. He sufrido miles de amenazas a través de los lloros de mis hijos sobre mi persona y lo que más duele es que sigo y seguiré siendo el parachoques emocional de las falsedades que intenta instaurar en las inocentes mentes de los niños.
Al principio, como muchas de vosotras, que se van a identificar conmigo, mi medio de comunicación era un mediador para tratar todo lo relacionado con ellos. Mi dependencia emocional era tan grande que, sabiendo que volver con él significaba mi muerte, sabía que mi sentimiento de culpabilidad al romper una familia que socialmente se me había impuesto como normal eso iba a ser la clave para volver a la cárcel que fue mi vida con él.
Ahora después de un camino de lloros y risas, sólo utilizo como medio de comunicación, el WhatsApp. Cada vez que tengo que comunicarle algo de mis hijos, me santiguo y eso no significa que sea creyente porque la tormenta empieza a aparecer en el horizonte en ese momento. Sé a ciencia cierta todo lo que me va a decir, porque no podemos hablar de comunicación asertiva ni de empatía. Él va a volver a seguir ejerciendo su poder sobre mi ser, porque yo a sus ojos soy alguien que estoy loca porque escape de él. Por eso respiro tres veces antes de ver su respuesta, y siempre confieso que saca la ira que tengo acumulada porque es lo que queda después de pasar por el miedo, el levantamiento de la autoestima y el reconocimiento de que eres una mujer valiosa para ti y para los demás. Ira que jamás será aplacada porque sólo el perdón puede eliminarla y jamás existirá esa situación ya que la loca soy yo porque él lo hizo todo bien.
Por lo tanto, la ira empieza a soplar y a crear vendavales. Soy consciente de ello, pero al final aparece una y otra vez. Y para ello paso a detallar pequeñas minucias de mis situaciones diarias:
Como tenemos un convenio de custodia compartida y este año, él es el benefactor de la decisión de que quincenas no consecutivas quiere estar con sus hijos, le pregunté cuál era su elección. Como yo siempre había sido sumisa a sus decisiones aceptaba sin rechistar sus decisiones para compaginar su vida profesional, porque, amigas, su trabajo es lo primero. Después de casi dos meses sigo sin saber cuándo voy a estar con mis hijos. Como veis la comunicación brilla por su ausencia, cuando el agresor siempre te critica que no comunicas. Por lo tanto, es muy difícil mirar lo que vas a hacer en tu vida con vista a tres meses. Somos magas de la improvisación. Así que me toca esperar a que según nuestro convenio me lo comunique con un mes de antelación desde el último día hábil de colegio. Sino me toca irme a juicio o acatar su decisión. Ya veremos cuál será mi decisión final.
Como podéis apreciar en tan simple comunicación, mi vida parece continuar atrapada a sus decisiones, pero no es así. La paciencia es nuestra ley y al final nuestra carta de salvación. Así que esperaré acontecimientos para poder analizar con calma cuál será mi acción a tal reacción.
Ahora voy a contaros otro pequeño detalle, mi calvario para firmar una custodia compartida legalmente. Me costó dos años desde mi separación. Cuando me separé estaba destrozada anímica y físicamente, después de superar ataques de ansiedad, falta de autoestima y entonces pude volverme a valorar como persona. Después de superarme como mujer, madre, trabajadora y amiga, me encontré con la violencia económica y la sexual a la que me había sometido. Descubrí después de quince años de convivencia y siete de noviazgo que él ganaba el triple que yo. Descubrí que jamás había confiado en mí, que me había estado engañando toda la vida. Como me resuena en la mente sus falsas palabras: “Nuestro dinero es de la familia”. Aquella familia basada en padres, hermanos e hijos donde no existía ni otros familiares ni amigos. Una forma de control desmedido para que no pudiese adivinar que lo que estaba ocurriendo no era normal.
Después de dos años de ansiedad, falta de estima y de superación personal para firmar un acuerdo legal, era tan miserable que prefería que la madre, en este caso yo, asumiese la misma cantidad económica cuando al él le sobraba el dinero. Ofreció a mi abogada el precio de trescientos euros para gastos de colegio, vestimenta y ocio. Sería tan patán, que se pensaba que el dinero de mis hijos, me lo gasto para satisfacer mis necesidades. Lo cierto es que, como nunca se gasta un duro, no sabe lo que cuesta la vida y, como no satisface ningún capricho de sus hijos, se piensa que con ese dinero puedo vivir como una reina. Llegué a la conclusión, que su realidad no es la realidad real, y que lo único que quería era el dolor de sus hijos y como consecuencia, mi dolor por ver a mis hijos sufrir.
Descubrí al ser tacaño y ruin, que sólo acumula los fajos de dinero bajo el colchón, que se privaba de todo lo material para sólo ver crecer los números de su cuenta. Y yo me pregunto, una especie de hombre, como él, ama a sus hijos, cuando sólo vive por lo que dirán y por la ocultación. Que es capaz de decirle a mi hijo que sus amigos tienen que ser directivos. Pero es lo normal en él ya que con ir con su BMW y comer de vez en cuando en un restaurante caro, que además no paga, sino que le invitan, deja pasar su vida. Sin gloria y sin gracia.
Doy fe por mis hijos que poco le piden a su padre porque sus necesidades no pueden ser subsanadas ya que unas zapatillas nuevas o un poco dinero para su ocio son caprichos de lujo para aquellas criaturas que fueron engendradas por él. Soy testigo, que mi hija ha llevado calcetines o ropa de tallas más pequeñas de sus primos porque una mísera cantidad para subsanar las necesidades básica es mejor dejarlas en el colchón o en la cuenta bancaria, ya que un número inferior al que aparece en ese momento es causa de su trauma.
En conclusión, después de todo aquello que he relatado, sólo dejo una pregunta para que la sociedad puede reflexionar, ¿es lícito, concédele una custodia compartida o derecho de visita a un padre que ha maltratado a la madre de sus hijos?