Por el va y ven de tus caderas
Las tardes de verano eran diferentes a tu lado. Las sábanas blancas que envolvían únicamente tus caderas desnudas acaparaban toda la atención de mis pupilas.
Los rayos de sol se colaban por las persianas ese domingo de agosto, dibujando finas líneas doradas sobre tu piel.
La yema de mis dedos acariciaban tu espalda de arriba a abajo. Tu cuerpo aún lleno de sal se estremecía mientras me pedías más.
La siesta se nos fue de las manos. Y es que me quedaría a vivir por el va y ven de tus caderas mil veranos más.