El tiempo es como un péndulo que se alimenta de la inercia del vacío.
Camina en círculos,
va y viene.
Me lleva y me devuelve,
al punto de partida.
Ya no deshago maletas.
Ya no me instalo,
no cuelgo la ropa
ni plancho las camisas.
Me acostumbré a decir adiós con la mano,
a despedidas divertidas y tristes,
a idas y venidas.
A ser la muñeca que cambia de manos,
la princesa que siempre
abandona al caballero.
No me encariño con la tierra,
ni con las personas.
Y ya no sé de qué lado está la mesita de noche
al despertar.