Perdió los tonos pasteles y su paleta de sueños, perdió la alegría por aquellos festejos, de los encuentros, de la belleza simple y llana, de la fe en cualquier forma humana, se tornó en gris la naturaleza.
Perdió la sonrisa, tras morir la persona, nació el artista.
Tanto dolor en su alma, tanto rencor, tanta injusticia. Imposible calcular la violencia que vieron sus ojos que en lugar de personas, ya solo veía despojos, ya no era solo artista, también era un loco.
Representando en cada pincelada su soledad, su sordera y la pena acumulada.
Se volvieron negras sus acuarelas, rápida su técnica y su imagen despreocupada.
Quizás pintó con sus lágrimas aquellas figuras deformes, quizás cada uno de esos monstruos lo visitó por las noches.
Le torturaron sus pensamientos y la capacidad que tiene el ser de destruirse desde lo más adentro.
Le enfermó la codicia, la avaricia y el engaño de una sociedad corrupta y abandonada.
Le retorció hasta ser arisco el poder del poderoso y la miseria de los resignados.
Viejo y cansado se encerró en aquella quinta para adelantarse cien años ¡atrevido vanguardista!
Quiero pensar que no murió con esa rabia, que eso no le hizo perder la cabeza…que pintando a la lechera, recuperó los colores de la pradera y la esperanza de un nuevo tiempo en ese Madrid destrozado por la guerra.
Quiero imaginar que la paz pudo alcanzar tu alma, la misma que encuentro yo, al perderme en tus salas.
Gracias Goya, que sepas que a los genios nunca los callan.