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Parte 1: Banderas rojas, de influencer a narcisista

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Todo comenzó como un romance de película. Copas, risas y más copas. Vuelta a su casa en un descapotable. Las conversaciones se entrelazaban con el sexo y así, sin apenas darme cuenta, dos días después seguía en su casa. Todo fluía tan… natural.

“Íbamos a todos los eventos juntos, donde el influencer se desenvolvía con una carisma envidiable”

A la semana parecía que lleváramos años de relación. Me dijo que si hubiéramos quedado un día antes le habría dado tiempo a invitarme al viaje de marca que hizo a los tres días de conocerme. Íbamos a todos los eventos juntos, donde el influencer se desenvolvía con una carisma envidiable. E incluso me regaló un anillo por mi cumpleaños. Reconozco que ese nivel de intensidad a veces me abrumaba, pero yo estaba ilusionada. Y viniendo de una relación donde apenas había disfrutado, me lo permití. Ahora sé que aquello me nubló el juicio y por ello no supe reaccionar a lo que vino después.

A las tres semanas de relación estábamos en un cumpleaños en un bar de copas. Hubo un momento en el que le di un beso a una chica. El influencer me dijo que no le había molestado. Pero claramente sus emociones eran otras cuando se acercó a ella para hablar y, tras unos segundos, reventó la copa que tenía en la mano contra el suelo y se largó. Y ahí se acabó la fiesta. Mientras yo pedía perdón en el bar, él se plantó en medio de la calle y cuando el coche que se aproximaba frenó a centímetros de él, se tiró encima del capó, gritándole al conductor que le atropellara. La gente que se encontraba fuera del local no daba crédito y le gritó que se fuera a su casa. Fue entonces cuando salí a la calle y después de llamarle le encontré. Me gritó que me dejaba con un “¡21 días te he durado!” y se largó abandonándome en un callejón. Aquella noche se dio la vuelta y volvió conmigo, aunque no haría lo mismo el resto de veces que acabó actuando de igual manera.

Sé lo que estáis pensando. Cuando algo así ocurre, cuando te ves tirada en la calle, llorando, suplicándole a la persona de la que te has enamorado que no se vaya, hay una parte de ti que sabe que tienes que alejarte de eso. Entonces, ¿por qué no lo hice? ¿Por qué confundí las señales de alarma? ¿Y en vez de dejar la relación, me enganché más a ella?

Las disculpas infinitas de El Influencer a la mañana siguiente, diciendo exactamente lo que necesitaba oír, me hicieron pensar que estaba siendo empático. Y así, con una facilidad que resultó indiscutible, volvió la intensidad del inicio. Una reconciliación de éxito. Un evento aislado. O eso fue lo que pensé. Porque tan solo pasaron dos semanas hasta el próximo incidente. 

“Me gritó “tú y yo hemos terminado”

Esta vez ocurrió en mi círculo de conocidos en otro bar. Bastó que creyera que un colega le había quitado una de las dos cervezas que se había pedido a la vez para que, en cuestión de segundos, se echara la otra cerveza por encima y se abalanzara sobre él. No sé cuántos le sujetamos, pidiéndole que se calmara. Pero él seguía tirando, gritando, como si estuviera poseído. Intentó volcar las mesas, yo se lo impedí. Me gritó “tú y yo hemos terminado”. Y cuando se dio la vuelta para salir, rompió con la cabeza el cristal de la puerta. Salí corriendo detrás de él, una vez más. Mientras golpeaba con los cascos de la moto los coches aparcados, me gritaba que todo era mi culpa. No sé cómo volvió aquella noche a casa con todo el alcohol en sangre que llevaba, pero lo hizo insultándome por WhatsApp.

“A veces reunía la fuerza suficiente para dejarle”

Estos incidentes se siguieron repitiendo. Y lo mismo sucedía con sus disculpas a la mañana siguiente. Pero yo ya no le creía como la primera vez. Las palabras no significaban nada. Necesitaba ver cambios en su comportamiento. Y buscaba una explicación racional. Pero él no iba a dármela. Todos mis intentos de hablar del problema terminaban en una discusión. Su manera de reaccionar siempre estaba justificada si consideraba que la otra persona había hecho algo que no le gustaba. Y si con ello hacía daño a alguien, incluyéndome a mí, no importaba. 

A veces reunía la fuerza suficiente para dejarle. Pero él volvía a convencerme de que sabía gestionar su problema, que aquellos incidentes eran deshonrosas excepciones que solo le habían pasado conmigo y que merecía la pena seguir con nuestra historia de “vamos tan locos como unas cerillas, bien cerquita y sin miedo a echar a arder”. No es por matar el romanticismo, pero es que no creo que el amor real y seguro implique sentir que puedes saltar por los aires en cualquier momento.

Al final, tras mucho insistir, obtuve mi explicación “racional” a los brotes violentos e insultos. Llamadme pesada, pero es que no lograba entender cómo se puede tratar así a alguien a quien quieres (sí, me dijo que me quería). Me dijo que como yo había tenido relaciones de maltrato, proyectaba esa vulnerabilidad, él la percibía y se aprovechaba de ella… Y que por eso tenía yo que hacerme más fuerte. Doy gracias a que tenía a una profesional a mi lado a quien contarle esto, mi psicóloga. Creo que los que no somos psicópatas cuando vemos a alguien vulnerable tendemos a protegerlo, no le pegamos una patada. 

Pese a que abusaba de mí en tantos aspectos yo volvía, como una drogadicta. Volvía a sus abrazos y a las palabras que necesitaba oír. Y pensaba “quizá esta vez se haga responsable”. Por supuesto, eso nunca sucedía. Y así, en este bucle de peleas y reconciliaciones, amenazas y halagos, me hundía cada vez más en el fango de la manipulación y el maltrato psicológico. Y volví a caer en la depresión y la ansiedad.

Había leído sobre los narcisistas en los libros de teoría, pero era muy diferente encontrarse con uno en la vida real. Conocer las señales para identificarlos y los pasos a seguir para salir de una relación como en la que yo me encontraba atrapada es cuestión de supervivencia. En el próximo artículo hablaré sobre todo ello.

*Pincha aquí para continuar leyendo la segunda parte del artículo…

Sara Chamberlain

Actriz, modelo y catalizador. Mente inquieta apasionada de la psicología.

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