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Abrazar la derrota

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Perder forma parte de estar vivos. Asumir la derrota es sinónimo de evolución. Algunos lo interpretan como una bofetada que le gira el rostro a una superioridad inexistente cuando en realidad la sensatez radica en la dignidad de rendirse, porque el destino es imbatible y el ser humano jamás será superior a él. 

A veces resignarse con humildad es la decisión acertada para evitar morir en una lucha perdida de antemano.

La arrogancia del que se considera superior al resto escupe grandes dosis de soberbia sobre sus víctimas a través de dardos impregnados de hostilidad que sitúa al verdugo en su errónea omnipotencia que solo es visible y real para él.

Las advertencias están para tenerlas en cuenta. No mienten. Al contrario, anticipan verdades cristalinas que cuesta encajarlas en la cercanía adecuada alejándolas de las expectativas individuales. En este párrafo es imprescindible aclarar que debemos prestar más atención a las advertencias no verbales porque son rotundas. Nunca engañan. 

El destino es sabio. En muchas ocasiones nos salva del empeño que ponemos en conseguir aquello que no nos pertenece porque no corresponde a la pauta de una felicidad fraccionada que toca de forma aleatoria. A fin de cuentas eso es la felicidad, fracciones mínimas durante un largo trayecto. Emociones puntuales cargadas de adrenalina que no dependen de nosotros porque el ser humano no controla nada.

Es irrelevante si más adelante el mundo gira a su libre albedrío cambiándonos de lugar. Lo único valido, razonable y decente es evitar construir una red de mentiras para conseguir la medalla de plástico. El juego ha de ser limpio. No vale escudarse en excusas tejidas de falsedad. La verdad siempre a la cara para decir lo que haya que decir. Eso tiene nombre y se llama decencia. 

Luchar batallas vencidas es inmiscuirse en un circo romano cuando el adversario no tiene el coraje de comunicar que ha ganado con trampas. Ese silencio embustero es un símbolo de arrogancia que se fundamenta en el irremediable complejo de inferioridad. 

“El motivo es indiferente pero la conducta debería ser siempre digna”

La frase hecha “ellos/ellas se lo pierden” tanto en el área personal como profesional es tan falsa como cómica. Nadie pierde nada. Si alguien creyera perder algo, lucharía. Si no lo hace es porque el objetivo no significan nada para ellos. Son bultos, sombras, escombros, hierro pesado. Lo quiere lejos y contra eso no existe negación posible porque el conflicto está acorazado en su incapacidad de autoanálisis para entender dónde se han equivocado ambas partes y acercar posturas a través de la comunicación. 

Cuando la batalla está perdida rendirse es la opción más acertada. Alejarse con la misma elegancia y el mismo silencio con el que un día la cercanía se produjo cargada de verdad. El motivo es indiferente pero la conducta debería ser siempre digna. 

Esta reseña pretende reivindicar a todos aquellos que ofrecen apoyo, amor, cariño, empatía, condescendencia… y pese a ello, son apartados como leprosos sin razones lógicas. Motivos pueden haber muchos: Egocentrismo, inseguridad, miedo, indiferencia, egoísmo, ignorancia, maldad. Pero en realidad nunca se sabe y al final, tampoco importa. 

La vida no es estática. Fluctúa. Nada permanece. Los sentimientos o las metas del año 21 pueden ser totalmente opuestos a los del 22 y no hay forma de cambiarlo. Solo asumir todo aquello que no podemos modificar y luchar con fuerza por lo poco que depende de nosotros. 

El tiempo es el único que tiene la potestad de otorgar y quitar razones. 

Marie-Claire

CEO de su empresa y de su vida. Apasionada de la lectura y la escritura.

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