Los confesionarios son muy dolorosos y más aún cuando los abres al mundo. Los sentimientos son tan humanos como naturales pero intentamos esconderlos como ese monstruo que vivía debajo de la cama cuando éramos niños y creíamos que en cualquier momento de la noche iba a salir a asustarnos. Cuando no afrontamos todo aquello que nos ha hecho daño a lo largo de la vida, aquel dolor se queda como un fantasma y aunque parece que ya no está; que se fue sin más, un día vuelve a perseguirte. Nunca se fue, se convirtió en eso que pocas veces recuerdas pero que siempre te pesa.
Paredes y Silencios antes de llamarse así era como mi blog de notas, mis pensamientos sueltos, mi diario, mi escondite. Cuando la depresión iba y volvía, y no sabía cómo vocalizar lo que sentía, me refugie muchas veces en compañías vacías para no pensar, pero cuando no era capaz de salir a fingir que todo estaba bien, me acurrucaba en aquella pared fría y escribía, escribía y escribía… Pasaba noches en vela para aliviar ese peso que me estrujaba por dentro.
Cada uno tiene un refugio, que muchas veces desdibuja la realidad. Pero está bien darse el tiempo para encontrarse otra vez y saber que siempre se puede volver a empezar, que puedes por un momento apagarlo todo y reiniciarlo.
Este libro es un recordatorio para entender el camino, aquel retrato triste y lluvioso que se llenó de flores. La depresión te acaricia sutilmente hasta que te tiene agarrado del cuello y sientes que te quedas sin respiración, pero un día recuperas el aliento y quieres salir, volver a la vida de una forma nueva.
Cortar con el silencio y romper la pared que me separa de encontrar mi propia voz.