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Obra: Mis raíces

Se escucha la televisión:

— “Noticia de última hora: Salvamento marítimo rescata a más de 500 migrantes en dos cayucos cerca de la costa de El Hierro, que se encuentra desbordado, y por ello se habilitan los traslados hacia la isla de Tenerife”… — dice la reportera.

— Chacho, ya están otra vez los africanos esos, a quitarnos los puestos de trabajo — refunfuñó —. Bueno, abuela, mejor apago la tele, que ya me sé de memoria la noticia. Al parecer, no hay nada más de lo que informar.

— De eso nada, creo que es el momento de que te enseñe una lección, y creo que es la más importante de todas — dijo con voz firme y clara.

— Bueno, está bien.

— Siéntate en el sofá, que tengo que ir a por algo importante.

La abuela se levantó del sofá y fue hasta la habitación para coger un retrato de su mesa de noche, en el que aparecían ella y su difunto marido. Se lo trajo consigo y se volvió a sentar con su nieta en el sofá.

— Abuela, ¿por qué traes el retrato tuyo con el abuelo?

— Es necesario. Venga, dime, ¿qué te ha contado tu madre sobre él?

— Qué es una foto que hizo ella el día de la inauguración de tu restaurante con el

abuelo, “Mar, salitre y lava”, en Venezuela.

— Es momento de que conozcas el porqué de esa foto. — Besa la foto y prosigue. — Todos los miembros de tú familia son canarios, excepto tu madre y tu tía, que son venezolanas, y tiene una razón, más común de lo que crees.

— Ya lo sé, que tú cogiste un avión cuando el abuelo ya estaba allí. Para vivir juntos, y con el tiempo, la familia creció, llegaron al mundo mi madre y mi tía.

— Bueno, esa es la “tapadera” que tu madre te ha contado porque consideramos que una niña no estaba preparada para entenderlo, pero ya estás preparada para ello. — Coge aire y la mano a su nieta. — Esta foto nos la sacó tu madre el día de la inauguración de nuestro restaurante y el nombre lo pusimos en honor a nuestra tierra, Tenerife.

— Pero abuela, ¿qué tiene que ver eso con la historia “falsa” que me contó mamá? — dijo un tanto confusa, pero con intriga por conocer la verdad.

— A eso voy, cariño. En el siglo pasado durante los años cuarenta y cincuenta, miles de canarios tenían que huir de las islas para una mejor vida, debido a la dictadura de Franco. Algunos tenían suerte y se podían permitir pagar un barco para llegar hasta Venezuela. Para nosotros no fue distinto. Yo me enamoré de tu abuelo, antes de la dictadura de Franco, en el 35, trabajamos juntos para sacar adelante a nuestras familias, sin embargo, la cosa se complicó con la llegada del dictador, y con ello la libertad de expresión y tú sabes que tu abuelo …

— Siempre decía lo que pensaba sin miedo a la opinión ajena — acaba la frase de su abuela y ambas comienzan a reírse.

— Así es, lo que supuso que tu abuelo se rebelase ante la miseria de sueldo que impuso Franco a los tomateros en Canarias. Por esto tuvo que huir, y corría la voz de que en Venezuela se encontraba un mejor futuro. Él no dudo dos veces, me lo explicó todo y se coló en un barco petrolero con destino al puerto de Carúpano. Estuvo dos años haciendo diferentes trabajos, desde albañil hasta constructor.

Ahorrar dinero no era tan sencillo, los venezolanos no nos recibieron con los manos abiertas y había que trabajar muy duro y en pésimas condiciones. Yo, mientras tanto, trabajaba sin parar en el bar de mi vecino, hasta que logré ahorrar el dinero suficiente para irme con él. Al principio fue muy duro, porque dejas todo lo que conoces atrás, tu familia, tu casa, pero cuando entiendes que lo haces para tener una vida mejor, las dudas desaparecen.

— Entonces, ustedes crearon el restaurante con la gastronomía tinerfeña para sentirse más cerca de casa, y por el camino también hubo felicidad, mamá y tía.

— Así es, trabajamos muy duro todos los días, para poder salir adelante. Para darles la mejor vida posible. Se criaron con los valores de la empatía, el esfuerzo, la disciplina y la humildad.Siempre estaré feliz y agradecida por aquella decisión. Una decisión que me otorgó los mejores años de mi vida.

— Pero entonces ¿por qué volvieron?

— Siempre me carteaba con mis padres, y en el 75 llegó una que dio la vuelta a toda España: Franco había muerto. Además, me comentaron que se estaba empezando a ganar mucho dinero con el cultivo de aguacates, y recuerdo aquel momento como si fuese ayer: nos miramos a la cara (de tanto años juntos habíamos desarrollado una telepatía) y dijimos simultáneamente “hay que volver”. La decisión fue dura, porque en Venezuela creamos los mejores momentos de nuestra vida, pero supimos que era el momento de volver a nuestro hogar, nuestras raíces. — Se le cae una lágrima, pero su nieta se la seca con delicadeza.

— Abuela, ya he entendido el punto de tu lección. En los últimos años, la inmigración africana hacia Canarias ha aumentado con mucha frecuencia, desde niños hasta ancianos que se meten en cayucos sin saber que pasará, para ayudar a sus familias. Y a nosotros nos impacta, pensamos que son todos “ladrones” o que vienen a “robarnos los puestos de trabajo”, pero eso no es más que un prejuicio, porque hay muchos que se quedan en el camino. Y cada uno de los que llega tiene una historia distinta, aunque un mismo objetivo: tener un mejor futuro.

— Así es, lo mismo ocurre con nuestra historia, la historia de miles de canarios que querían tener una vida mejor, que sacrificaron muchas cosas, para tener todo lo que hoy tienen sus sucesores. Lo importante es valorar todo lo obtenido por aquellos que tan solo lo soñaron, pero no lo cumplieron.

— Y entender que, en lugar de pensar que los inmigrantes que llegan en pateras nos van a “robar” o “a quitar los puestos de trabajo”, hay que ponerse en la piel de los demás, y pensar en nuestros abuelos, que, sin sus sacrificios, no estaríamos aquí.

— Gracias abuela, por enseñarme a valorar mis raíces y entender que estoy hecha de la inmigración.

Ambas hacen un gesto de cariño y ese sumen en un eterno abrazo; junto a ellas el retrato, que observa con cariño toda la escena.

Andrea Chinea

Joven canaria, feminista, amante de la moda y futura estudiante de psicología.

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