Llegué tarde a las apps de ligar. Ya estaba casada y era madre de dos hijos
cuando en mi vida se cruzó una web de citas. No había apps en el móvil o no
estaban tan popularizadas como ahora. Por motivos laborales, decidí
apuntarme en una de ellas para bichear. Yo entonces cotilleaba, pero hay que
adaptarse al lenguaje de los tiempos.
Mi objetivo era puramente publicitario, quería saber hasta dónde podía entrar
una marca en dichas páginas. Corría el año 2014 y me hice una cuenta.
Fui tan sincera con los datos como lo era con la finalidad que me había llevado
allí: investigación y estudio del mercado. Puse claramente que estaba felizmente
casada y era madre de dos hijos.
Para mi sorpresa, me llovieron los flechazos. Lo que ahora es un match.
Primera sensación: halago. No había perdido del todo mi capacidad de
conquista. No quise pensar más allá, mi ego me exigía quedarme un ratito
disfrutando de ese momento de gloria, de sentirme halagada por extraños a los
que no tenía intención alguna de responder.
¡Qué ingenua fui!
Ahora lo pienso, con la frialdad que me otorgan las canas y la distancia, y
entiendo las motivaciones de esos hombres ávidos de conquista. Si era una
mujer felizmente casada, mi única pretensión sería la de tener sexo esporádico y
luego, si te he visto, no me acuerdo. Era el plan perfecto para una noche loca y
continuar a la mañana siguiente —ambos— con nuestra vida perfecta.
Cuando terminó la campaña, con la que mi empresa compró espacios
publicitarios, me despedí de aquella aventura sin dedicarle ni un minuto de mis
pensamientos.
Se ha convertido en una anécdota divertida para una cena con amigos en la que
descubro ante ellos mi absoluta ingenuidad a pesar de que no era precisamente
una veinteañera.
No voy a negar que la inseguridad femenina en muchas de nosotras cumple
años con nosotras. Y mientras nuestro cuerpo envejece y juega a la ruleta rusa
con las hormonas, ella engorda y se hace más grande.
Ahora no experimentaría ni con gaseosa en Tinder, sé lo que hay porque me lo
han contado. Y que las cosas no han cambiado: sigue habiendo hombres y
mujeres con pareja estable que solo buscan un rollo esporádico, aunque sean los
menos.
Mi ego me pide alimento y no tengo nada para darle. Hasta que descubrí el
poder de LinkedIn.
Las notificaciones consiguen que me suden las manos. Las abro con los nervios
de una primera vez. Entre las conversaciones de mis contactos profesionales
con gente seria que ha compartido reflexiones muy sesudas, hay un mensaje
que contonea sus letras ante mis ojos como una cobra que sale de la cesta de un
encantador de serpientes. Sus palabras se unen para formar una frase que lo
dice todo: «Diez personas se han fijado en ti».
Llegó el momento de la seducción, el cosquilleo en el estómago, la serotonina
dando de beber a mi sediento ego. ¿Es esto lo mismo que hacer match? ¿Qué es
lo que han visto en mí que no tienen otras? ¿Es posible que me soliciten una
entrevista? ¿Cuándo? ¿Qué me voy a poner?
Soy autónoma y trabajo desde casa, así que mi vestuario de oficina ha
disminuido con los años.
He sobrepasado los cincuenta hace siete, así que dudo mucho que nadie quiera
que entre a formar parte de su plantilla al precio que valgo. Otro día hablaremos
de la devaluación del conocimiento y la experiencia que arrastramos los
mayores de cuarenta y cinco en el mercado.
Como dice el refrán, todo lo que sube baja. Y así sucede. Aquellos que LinkedIn
me dijo que se habían fijado en mí solo han bicheado mi perfil. Han saciado su
curiosidad morbosa de qué habrá sido de mí después de colgar el disfraz de
publicitaria y dedicarse a su pasión: la escritura.
Pues sí, señores, me va fenomenal. Soy mi propia jefa, trabajo más que antes,
pero no tengo que aguantar la competencia feroz.
Gracias por el chute de autoestima, pero, por favor, déjenme tranquila si no
tienen intenciones serias.
Genial reflexión. Yo he logrado mantenerme lejos de las apps de citas, y las historias que escucho de ellas siempre son como para un thriller de suspenso o una novela negra.
Un abrazo Mar. Disfruté mucho este vistazo a tu mente y tu narrativa.
Nunca dejes de escribir, que siempre que pueda, te leeré.
La farsa está servida. Y nosotros, los actores, nos creemos el personaje. Ya no perfiles, ficciones curriculares. Ya no citas, networking. Al final, el gran descubrimiento es que nunca dejamos de actuar. Solo cambiamos de escenario. Excelente disección del teatro contemporáneo.