No saludó al anciano que pedía algún trozo de pan en la estación. No le dijo buen día al niño que buscaba caricias con sus ojos cansados del vacío.
No pronunció aquellas “gracias” que esperaba, en silencio, el vendedor de flores, ni ofreció sus disculpas a la mujer morena que llevó por delante justo al doblar la esquina.
Se excusa en la ignorancia: “No sé quién es”, repite, descosiendo lo humano. No aprendió todavía que los seres anónimos no existen, que todos somos sueños… aún deshilvanados.