Siempre fui fanática de la comedia, más que nada de la naturalidad con la que el sarcasmo es empleado, de las herramientas para formular un chiste y hacer reír a las personas. Conseguir risas de la gente me genera una sensación de bienestar porque, ¿qué mejor regalo que la risa?
Ese día nos encontramos en un bar de Capital Federal. Me había propuesto aprender las técnicas que me hicieran falta para complementar esos talleres que no había podido terminar a causa de mi patología. Él era muy alto, mucho más de lo que se mostraba en cámaras. Yo soy muy pequeña de estatura, mido metro y medio desde que tengo memoria. Una vez, un ex novio me dijo, años luego de que cortáramos: “la chica con memoria de elefante”. Pero no vengo a hablar de mi ex, vengo a hablar de nosotras, de nuestra voz y nuestro poder.
Algo había de él que me llamaba la atención. Cuando en Argentina explotó la bomba contra Darthes y el feminismo alcanzó un auge de despertar, muchos artistas comenzaron a plasmar su alienación en su contenido. Él fue el primero en mi lista.
Si hay algo que me cuesta en el stand up, son las tareas de improvisación. En casa, con familiares o amistades me nace de forma natural, no pienso lo que voy a decir y el sarcasmo me resulta nato, pero frente a otras personas aparece esa conocida no tan fiable llamada ansiedad, así que él me propuso algo: hablar de nosotros para distendernos.
Si me pongo a hablar de mí, nunca sé por dónde empezar. En ese entonces nadie me conocía como escritora, no lo había hecho público aún. Mi identidad no estaba forjada, no tenía idea de quién era ni quién quería ser, simplemente me dejaba llevar. Lo único que sabía de mí hace cinco años era de dónde venía, así que empecé por lo que tenía, y de lo único que se hablaba en el país era de la militancia feminista.
– Yo tengo una amiga que es socfem – me dijo él – y siempre me habla de estas cosas. A mí nunca se me hubiera ocurrido tocarle el culo a una mina.
– Lo que me pasa a mí es que siempre me gustaron las mujeres y sin embargo jamás se me cruzó por la mente tratar a una como ustedes nos tratan a nosotras, o a decirles alguna guarangada en la calle.
– Sí, de este tipo de testimonios escucho un montón.
– Incluso el hecho de que a las mujeres se nos pone bajo la lupa, hasta siendo sobrevivientes, desviando el foco del opresor, porque es lo que siempre nos enseñaron, a matarnos entre nosotras.
– Leí un par de cosas en tu cuenta, sobre prostitución.
– Sí, antes me daba vergüenza contar mi experiencia, sentía que las miradas iban a juzgarme a mí, pero si yo no lo hablo, se va a quedar enterrado ahí para siempre, y para luchar contra esa explotación, es necesario reconocer el poder de nuestra voz.
Cuando le conté con lujo de detalles la crudeza y la realidad que no se cuenta, se le cayó la mandíbula. Nunca había visto a nadie de boca abierta como se quedó el comediante ese día. Tuve que rematar la historia con risas, porque después del dolor, lo único que queda es lo que al enemigo le molesta: nuestra felicidad.
El mundo está colapsado de organizaciones que lucran con la explotación de nuestros cuerpos, incluso promueven esa explotación, haciéndole creer a niñas y jóvenes (sí, dan charlas en escuelas, a menores de edad) que es empoderante ponerle precio a su deseo y olvidar el doble filo del consentimiento.
El código moral que estos aliados manejan se deja en un costado cuando se colocan nuestras banderas y cargan lastimosamente al hombro una lucha que venimos encarnando desde que nuestras ancestras fueron asesinadas por exigir su liberación.
Hace cinco años no tenía idea de quién era, ni a dónde quería ir. Me dejé llevar, me dejé guiar por mis ancestras, por mis maestras e incluso por mis demonios. Me sentí tan abrazada que mi camino se iluminó entre tanto caos y podredumbre. Estoy aquí y ahora, lo que significa que no tengo idea de qué me depara el mañana, pero sí estoy segura de que mi voz puede hacerte reír, como de un momento al otro puede hacerte recapacitar sobre las peores opresiones y derrumbarte, dejarte en lo más profundo del vacío, pero hacerte entender que caerse es necesario para retomar fuerzas y erguirte nuevamente con el pecho en alto para seguir con nuestra lucha.
Mi voz tiene poder. La tuya también. Gritá.