Puede que en este momento te preguntes: ¿Qué queda cuando ya no queda nada por quitar? Y yo, solo puedo decirte que…
Si pudiese arrancar con mis uñas hasta el último ápice del dolor que invade tu alma, lo haría instintivamente.
Si tuviese la posibilidad de traer de vuelta a papá, lo haría de inmediato para que viviese 100 años a tu lado, celebrándolo cada 7 de marzo.
Si pudiese inventarme una potestad, borraría el semblante triste que ahora te define opacando el brillo de tu mirada, habiéndote robado la felicidad que irradiabas y que te encoge de hombros debido al peso del dolor, oprimiendo los sueños que perfilaban el futuro con la mirada puesta en un horizonte difuso, que en este momento cuesta visualizar.
Te prometo que conseguiremos integrar esta pérdida a nuestras vidas, porque como te dije cuando estábamos inmersos en una lluvia de clavos, el vacío y la ausencia, no se superan. Pretender lo contrario sería una insensatez.Te prometo que el sol volverá a brillar en verano, tu estación preferida del año. Te prometo que tendrás cumpleaños felices, muy felices, y también te prometo árboles de Navidad en memoria de papá. Te doy mi palabra, aférrate a ella y a la inmensidad del amor que siento por ti.
Te aseguro que no hay nada bueno sin malo y no hay nada malo sin bueno. Te prometo hijo, que esto también pasará.
Nunca, nadie, podrá sustituir a papá. Nadie ocupará ese lugar sagrado que le pertenece solo a él, en presente, no en pasado, porque su recuerdo estará latente en las gradas, en cada partido, en cada gol, en cada examen aprobado, en todos y cada uno de tus éxitos. Así como también sentirás su presencia abrazándote en las derrotas, animándote a seguir, susurrándote “Venga Keko, que tú puedes”. No olvides que aquel que cobija y salva aún cuando ya no está, es mucho más que un héroe.
Le dedicarás goles que él celebrará con esa sonrisa tan suya, llena de emoción contenida en la mirada, que solo tenía para ti.
Perder es un arte. No hay nada más difícil que perder. Puedes llegar a no sentir miedo por lo que ya has perdido, pero la intimidación por las pérdidas venideras siempre estarán latentes y con eso, también hay que aprender a vivir. Has tenido que comprender de golpe que la felicidad es una amenaza viva, y en paralelo, te has dado cuenta de que cuando caemos no estamos solos.
Comprendo tus silencios porque en ellos tienes el corazón desgarrado, pendiendo de un hilo, y la garganta llena de piedras, y los días se hacen eternos hasta que llega la noche sin nada que decir, sin nada que esperar. Todo eso también pasará.
Creciste habituado a la risa de papá, a sus abrazos, a su mirada tierna. Habituarse a lo hermoso cuesta muy poco, en cambio, dejar partir, conquistar el arte de perder, cuesta la vida. Pero te aseguro que eventualmente podrás asumir que aunque algunas cosas se han ido, todavía queda mucho por delante. Hay vida, existe un presente para construir un futuro. Hay vida, aunque ahora mismo no sepas dónde está, y eso está bien.
Te prometo una vida bonita, diferente pero bonita, porque es lo que papá y yo quisimos brindarte siempre. Recuerda que las heridas se convierten en cicatrices, y las cicatrices no duelen. Forman parte de nuestra insignia, pero no duelen.
Estoy profundamente orgullosa de ti. Eres un guerrero, un valiente, por seguir amando aunque tu corazón esté roto.
“Venga Kek, sé feliz, muy feliz. Estoy detrás de ti, cubriéndote la espalda aunque no me veas. Prométeme que serás feliz. Yo estaré viéndote, desde el Espacio”.