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Madrid me seduce

Madrid me inspira, Madrid me seduce, Madrid me enamora. Mi hija siempre me dice que parezco una turista en mi propia ciudad y tiene razón. Soy una flâneuse madrileña que pasea, contempla, disfruta y se relaciona con su ciudad de una manera reflexiva y poética. La saboreo, me relamo una y otra vez, y siempre me deja ese sabor en la boca rico de cuando comes algo delicioso.

Vivo cerca del centro de Madrid y de vez en cuando me pierdo, me escapo a “centrear”, como digo yo, para desconectar de la cotidianidad y conectar con mi ciudad. Una conexión íntima que necesito y que me alimenta el alma.

Cuando mi tiempo y el trabajo me lo permiten, gusto de saborear mi Madrid a deshoras, en días laborables y en horas que no son transitadas por turistas. Disfruto de esos espacios vacíos que suelen estar abarrotados en fin de semana, de sus callecitas, del Madrid secreto, de sus parques; El Retiro, San Isidro, tan bello, con sus fuentes, sus cambios de color en cada estación, su ermita. Ese caño de agua “supuestamente” santa (lo siento, tiendo al escepticismo con los años) en el que hacen cola religiosamente los madrileños que acuden a la pradera año tras año a llevarse una botella con esa agua milagrosa, curativa de todos los males, cada quince de mayo, día de la festividad del Santo. 

Yo voy a menudo a la fuente, cuando paseo con mi perro por las mañanas y bebemos los dos, sin colas, y le digo con cierta incredulidad:

 _ Bueno pues ya estamos bendecidos, entre risas.

Me hace gracia porque el caño funciona posando la mano en un sensor que se activa con un laser y hace que el agua brote. A mi personalmente el sabor del agua no me gusta, me sabe rara. No hace mucho me dio por pensar que realmente ese manantial del que brotó agua tras un golpe de la vara de Isidro para dar de beber a su señor, Iván de Vargas en un momento de sequía, no deja de ser agua de pozas subterráneas que pasa por un cementerio lleno de tumbas y que a pesar de cumplir con todos los controles sanitarios que certifican su potabilidad me echa para atrás. Francamente después de tener ese pensamiento macabro, no he vuelto a entrar más a beber agua, paso de largo. 

La pradera es preciosa, en unos días no podré pasear por ella y disfrutarla, la ocuparan vecinos diversos de todas las nacionalidades vestidos de chulapos y de chulapas sin ningún atisbo de civismo, ensuciando y dejando todo tirado por el suelo sin remordimientos, cascos de botellas, salchipapas… hace años que no voy a la pradera por la festividad del santo a pesar de tenerla a cinco minutos escasos de mi casa,  dejo paso a la muchedumbre que se acerca año tras año en tropel y que la hace suya durante la semana de celebración. 

Después de la fiesta vuelvo a recuperar mi espacio y a atesorarlo sin gentío, con todos mis sentidos alerta para no perderme ninguna de las sensaciones que me provoca, soy una privilegiada.

Yolanda González Fernández

Tejedora de sueños y bordadora de historias. Todos tenemos una historia que contar.

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