Te pedí que no me ilusionaras, porque no me lo merecía.
Te di todo de mi, y con ello el poder de hacerme trizas si quisieras.
Te confesé lo que me hacía más vulnerable, y esa fue el arma que utilizaste para romperme.
Te supliqué que no me hicieras daño, porque sabía que no tendría la fuerza para superarlo, y tu mientras te reías de lo ingenua que era.
Y lloré, y sentí que me arrancaban de dentro un pedazo de mi.
Y tú, con tu indiferencia, rompiste la parte más bonita que había en mi.
Esa de creer y confiar. La de no tener miedo.
La de sentir que el amor existía y era bonito.
Como en las películas de disney y los cuentos infantiles.
Y que merecía ser cuidada y valorada.
Rompiste mi pureza y te llevaste mi alma.
Te llevaste la mejor versión de mi, esa que ya nunca le daré a nadie, hiciste una bola y la tiraste a la basura.
Y nunca más fui la misma.
Y tú ni siquiera te acuerdas.
No te acuerdas de las noches sin dormir, de llorar tanto que no podía abrir los ojos.
De sentir que se me acababa el mundo si no estabas.
De retorcerme de dolor y sentir un hueco en el pecho.
De sentirme tonta y preguntarme porqué.
Ya nunca volveré a querer a nadie así.
Arrancándome el corazón y entregándoselo en sus manos.
Y menos mal.
