Si la historia ya vivida, no nos sirve de rectificación y aprendizaje, ¿De qué nos sirve? ¿Dónde queda la libertad? ¿Qué es la libertad de expresión?
Hoy me levanto con todas estas preguntas en la cabeza después de acostarme leyendo la noticia: “El PP y Vox retiran en un pueblo de Cantabria la película infantil ‘Lightyear’, donde sale un beso entre dos mujeres”. En mis páginas matutinas reflexiono sobre la educación que ha prevalecido mi vida: los valores que me enseñaron mis padres. Maestros, profesores de secundaria, formación profesional y universidad, hijos del franquismo, que me inculcaron a creer en mí, me enseñaron como había que tratar a las personas y me educaron sobre la ética moral de los derechos y la libertad del ser humano. Supongo que sus memorias y creencias, para bien o para mal, están teñidas de lo que vivieron en época de dictadura totalitaria, donde había censura en los medios de comunicación intentando regular la opinión pública, eliminando todo intento de revolución o pensamiento contra el régimen. De una época de represión absoluta donde se prohibió hablar el catalán (ahí me toca el alma) o el gallego, no puedo imaginar en mi carne lo que era en ese momento que desearas o amaras a una mujer – en mi caso -.
A dos días del estreno de “Una luz tímida” de Àfrica Alonso, en el Teatro Infanta Isabel en Madrid, escribo en mis páginas qué pasaría si yo hubiera sido una de esas mujeres de la obra – que está basada en una historia real de dos maestras que se enamoran en el franquismo – , si yo hubiera sido Carmen (Júlia Jové) y mi familia me hubiera internado en una clínica, sometida a terapia de electro-shocks porque a vista del mundo estaba enferma. Enferma por estar enamorada de una mujer, por elegir estar con ella y permitirme vivir la libertad deseada en mi persona, identidad y cuerpo. Qué pasaría si por culpa de la represión de los sucesos de la historia, quisiera besar a una mujer y mi mente creyera que está mal, que eso que hago, porque no lo puedo evitar, porque me pasa y soy, está mal.
Y aquí, aparece la salud mental en mi cabeza. La necesidad del cuidado, la autogestión y el autoconocimiento en este pueblo tan dañado por lo que ya ha pasado, el autoritarismo y los ultras. Y en mi línea de pensamiento aparece la noticia: “El PP censura la obra de teatro NUA en Mallorca que aborda los trastornos alimentarios”. Y me quedo callada. En silencio. Abordo dentro de mí sentimientos como la injusticia, la rabia y la impotencia. Que ya llevo trabajando años en mi autocuidado y en terapia. Dejando aquí a un lado, mi vínculo personal con los TCAs y que el proyecto está creado por Ann Perelló, compañera de profesión, pienso sobre la necesidad de exponer al mundo lo que nos pasa, lo que existe, lo que no se sabe decir, ni hablar. La necesidad de normalizar a través del arte las realidades de nuestra existencia, y fomentar valor en la educación desde la libertad.
El arte también es educación, ejemplo para el crecimiento de la juventud, es decir, el futuro. El arte también es salud y crecimiento mental. Si lo es para uno, lo es para todos.
Mi mejor referente como maestra de literatura es mi madre, que me enseñó quien era Virginia Woolf, “Las olas” y su literatura. Creo que mi madre también fue la responsable de mi conexión con el teatro y la novela “Orlando”. Hace unos días tenía mensajes de mi amiga Rebeca Sala (actriz) contándome lo sucedido: “Vox veta una obra de Virginia Woolf sobre homosexualidad después de hacerse con la concejalía de Cultura en un ayuntamiento de Madrid”. Estamos hablando de una de las piezas maestras de la literatura universal, que sí, que se sumerge en tabúes victorianos como la sexualidad femenina y la homosexualidad. Pero está pasando y tendremos que mirar frente a ello, ¿no?
Así que, ¿elegimos volver atrás? Cómo nos estamos responsabilizando como sociedad si miramos para otro lado cuando políticos como Le Senne escriben: “El adoctrinamiento LGTBI está elevando los porcentajes de niños homosexuales y trans. Una cosa es el respeto que todo ser humano merece, por supuesto, y otra promover con el dinero público conductas dañinas para la sociedad y para los propios afectados. Al mismo tiempo que se hipersexualiza a los niños. Se les anima a la promiscuidad prematura, y en general, mediante un ambiente cultural inmoral”. Y entonces – sigo en mis páginas matutinas reflexionando – , me pregunto ¿Educar con libertad y respeto la información es adoctrinar? ¿Una conducta dañina para el individuo de la sociedad es eliminar de su conocimiento una obra maestra de la literatura? ¿Un ambiente cultural inmoral es naturalizar la sexualidad del ser humano? Y me lo pregunto para que tú también te lo preguntes, para que la conciencia de responsabilidad sea mayor – porque sí creo en el cambio y en la evolución – . Para que el mundo de la cultura no nos rindamos y sigamos dando su sitio al arte, a la creatividad y a la mejor libertad de expresión.
Acabo mis páginas de la libreta escribiendo: Hay historias que merecen ser contadas, hay realidades de la historia que el arte es capaz de llegarte al corazón en forma de flecha y cúspide de reflexión. Sí, contemos historias, sigamos defendiendo que nos dejen contar las verdades y cuidemos la educación desde el cuidado de nuestra salud mental, física y espiritual, para que les niñes, niñas y niños de las futuras generaciones disfruten de los valores fundamentales y puedan ser quien quieran ser.
A todo esto, creo que toda historia de amor y conexión empieza por “Una luz tímida”, que estará el mes de julio apoyando a todo el colectivo, y podremos disfrutar de esa historia real, del arte y la música, al mismo tiempo que ampliar algo más del conocimiento.
¿Dónde queda el amor? Pregunto cerrando esta reflexión. Que sigan los pasos de la lucha y la reivindicación de nuestra libertad.
*Link entradas de “Una luz tímida”: https://www.teatroinfantaisabel.es/obra/una-luz-timida/