Hace dos meses subí el primer escalón de los cuarenta. Como dice el dicho, convertido ya en popular, ” una cosa es la edad biológica y otra es, la edad en la uno se siente”.
Pues mi edad sentida ronda los 30.
En uno de los trayectos en el coche, iba escuchando un podcast, donde el tema que trataban eran “los abuelos son los segundos padres”. Y para muchos, bien cierto es.
Pero al escuchar el discurso de uno de los interlocutores, reflexioné sobre cómo me gustaría llegar a mi vejez.
Me puse a imaginarme como sería con 80 años y me visualicé como una mujer ágil, vital, mentalmente activa, disfrutona y con buena salud. Por un segundo pensé lo opuesto y una sensación de incomodidad me recorrió el cuerpo.
¿Por qué tenemos tanto miedo a la vejez?
¿Es por eso, por lo que buscamos la forma de retrasarla?
Y para mi lo más característico, ¿a qué edad empieza esa etapa?
La vejez y la muerte están muy unidas. Para muchas mentes, ambas van cogidas de la mano. Están vinculadas por asociación, no vemos a una sin la otra. Vemos a una persona mayor y parece que la figura de la muerte lo sigue a todos lados, hasta que le toque su hora.
Al asociarlas, no solo perpetuamos ese miedo irracional, sino que también invisibilizamos a quienes están en esa etapa de la vida. Esto contribuye a que la sociedad no valore ni fomente un envejecimiento activo y digno.
La vejez siempre se ha ocultado. Tendemos a vincularla con los conceptos de dependencia, de poca movilidad, deterioro cognitivo … Cuando visualizamos una mujer u hombre de 80 años por ejemplo, lo vemos con limitaciones físicas: bastón o silla de ruedas, necesitado de apoyos tanto externos como internos,…
Rechazamos la idea de envejecer y por eso, retrasamos a toda costa, cualquier signo que nos acerque ahí, a esa etapa.
Aquí me permito como mujer, hacer una reflexión sobre la presión que sentimos ante estos signos: canas, arrugas, zonas del cuerpo donde la gravedad se pierde poco a poco. Al final castigamos a nuestro cuerpo por estar siempre perfectas y parecer que tenemos la eterna juventud.
Es necesario y vital cambiar, esa presión social de que las mujeres a cierta edad parece que ya no somos válidas. Conceptos asociados hacia la mujer, nos muestran de una forma peyorativa con respecto al hombre. Por ejemplo el hombre con canas, se le dota de madurez, es percibido como atractivo. En cambio a la mujer, se asocia al estar descuidada o incluso se le etiqueta como vieja. Y me planteo, ¿por qué un signo peculiar de vejez a un género se le atribuye como poder y otro como de pérdida? Ahí lo dejo.
Pero, ¿qué pasaría si…?
Normalizásemos la vejez viéndola de una forma más natural, desde otra mira, no sé, como una etapa más de vitalidad, de disfrute, de seguir probando cosas nuevas,…. Donde cambiemos, esas etiquetas asociadas inconscientemente con enfermedad y limitaciones. Tal vez esto, podría llevarnos a que transitemos las etapas anteriores de otra manera.
Al final es cuidarte de una forma saludable para tener luego una vida más plena. Así no llevamos al cuerpo a un estrés, por retrasar algo que por naturaleza se va a dar. Dándole herramientas más propias para su envejecimiento, pero de una forma más amorosa para él.
Hacer este ejercicio de perspectiva, no quita a que puedan darse situaciones de una vejez que requiera de ciertos cuidados, pero no quedarnos únicamente con este hecho. Es darle a la mente y al cuerpo, que también escucha, otra posibilidad.
Si haces una investigación sobre ello, podrás encontrar varios estudios que refieren que el 70% de las personas entre 70 y 80 años, aseguran que están viviendo una segunda juventud, pero con un plus, la madurez que no tenían antes. Prosiguen su propósito de vida siendo conscientes de esa cuenta atrás, con lo cual, disciernen lo verdaderamente importante para sus vidas.
Nuestro tránsito termina el día que salta la tecla OFF, pero hasta ese día podemos seguir jugando.
