Existe en Alesun, un pequeño pero encantador pueblecito al norte de Noruega, una cabaña roja.
En la cabaña, rodeada de montañas, una anciana un poco huraña, saluda si te asomas.
Cuando la vi, pensé que era una bruja con ese pelo blanco más puro que la nieve.
Y sus grandes ojos verdes parecen dos estrellas llegadas de Neptuno o cualquier otro planeta.
Aurora, que así es como se llama, me invitó a sentarme a su lado aquella madrugada.
Y me contó una historia, aún no sé si es cierta. pero yo te la cuento ahora para que te entretengas.
– ¿Sabías que en el cielo hay 10 millones de estrellas?
Me la quedé mirando, y no quise contestarle, porque de pequeña me enseñaron que a los mayores, hay que respetarles.
-No me mires como si estuviera loca, niña. Dijo la anciana.
-En el cielo pasan muchas más cosas de las que vosotros veis, igualito que en la tierra. Por ejemplo, durante el 24 de diciembre. Esa misma noche, millones de niños y niñas creerán que un señor con traje rojo y un barrigón de 20 kg, se cuela en su casa para llevarles regalos. Amanecerán contentos, llenos de ilusión y, ¿sabes a quién darán las gracias? Exacto. A papá Noel. Sin embargo, ¿ves a esas mujeres ,?
Me dijo, señalando un campo de trigo sembrado de mujeres con ropa holgada y manos fuertes, que labraban cuidadosamente la tierra.
Son ellas quienes cuidan de la tierra ,preparan esa deliciosa comida navideña y acuestan a sus hijos, no sin antes trabajar de sol a sol y cuidar de todo el mundo.
Renuncian cada día a un montón de cosas, y pelean hasta sus últimas consecuencias si ven una injusticia. Estudian, aman sin medida. Ellas son mis hijas, porque yo…
La miré a la los ojos, en un silencio frío que se me hizo eterno. Cogió mis manos y pude ser sus venas azules y moradas, sus lunares marrones tan propensos de la edad. Entonces, susurró:
-“Yo soy Mamá Noel “. Vengo todos los días a tapar vuestros pies fríos, a veces sin calcetines. Cuando cruzáis sin mirar, soy quién os protege. Pero nadie, nadie piensa nunca en mi”.
Se había hecho de noche en Alesund. Empecé a tener frío, y la noche comenzó a teñirse de un velo morado, verde y amarillo . La aurora boreal brillaba ante mis ojos como un espectacular velo de colores. Fue tanta la felicidad, que del cansancio me quedé dormida, sin poder evitarlo.
Cuando me desperté, en mi propia cama, miré debajo de la almohada y encontré un cabello blanco. El árbol estaba lleno de regalos, y mi madre tumbada en el sofá, dormía plácidamente. Me acerqué y le di un beso en la mejilla, y tapé sus pies sim calcetines. Entonces, le susurré al oído : “Ahora ya sé tú secreto… muchas gracias, mamá Noel”.
Y ella, aún dormida; sonrió.
Felices fiestas a todas las Diosas invisibles, y que mamá Noel os cuide y os proteja.